El terregal de la reminiscencia

 

Los terregales de Miguel M. Arbizu
El BeiSmAn PrESs, Chicago, 2023. 60 páginas, ISBN 979-8860890862

 

 

“Porque el investigar y el aprender, 
por consiguiente, no son en absoluto 
otra cosa que reminiscencia.” 

~Sócrates en diálogo con Menón

 

Desde un abordaje clásico, la reminiscencia será el movimiento que sitúa el aprendizaje, el conocimiento a la par del recuerdo; recordar es volver a vivir, recordar es volver a aprender. La reminiscencia es un cierto estado de conciencia, un estado psicológico que tiene como particular herramienta la memoria y la evocación por parte del individuo que pierde su dureza identitaria y se vuelve materia dúctil y creativa, ya sea para el ejercicio del autoconocimiento, para ejercer el oficio literario o en este caso, ambos. 

En este sentido, la lectura del libro Los terregales de Miguel Méndez Arbizu debe iniciarse en la página treinta con el poema titulado precisamente “Reminiscencias”. Es en este poema donde se establece la dinámica que engloba su narrativa:

 

“Mis ojos de 14 años

te encuentran nuevamente

Juárez transitorio 

[…] 

Ahora en el destierro

de la madurez

a veces te añoro

 

Añoro los arenales

cuando las piedritas

besaban el rostro 

 

El desierto miente

el sonido parece quebrarse 

cuando te recuerdo” (31) 

 

La primera línea del poema nos sitúa en la mirada específica desde donde se va a narrar, un tiempo que oscila entre el presente y el pasado.

El libro está cargado de reminiscencias en donde un “yo narrador” observa con el ojo atemporal del recuerdo. El “yo” que narra ejerce un desdoblamiento que no es geográfico sino mental ya que oscila entre dos espacios queridos, Chicago y Juaritoz: “Chicago cruel / Chicago hogar / Chicago existes” (48), “al centro oloroso a carnitas y lonches de colita de pavo, los cambié por el Loop” (49). El autor presta su voz poética a diferentes “yoes” que están suspendidos en el tiempo: el Morrito, el Javi, la abuela Concha. Esos desdoblamientos discursivos habitan la memoria narrativa del autor que los ancla en la página a manera de postales que aparecen en un solo hilo conductor como un tumulto de voces:

 

“Y corremos 

nos subimos a la rula 

pegamos la cabeza al vidrio” (21)

 

“Plaza de armas 

  llegamos al Town 

  nos sentamos con Tin Tan” (21)

   

“Juárez capital 

  el tesoro enterrado de Villa 

  el cerro es la verdad léelo” (22)

  

“La loma nace al amanecer 

  oníricos los cantos 

  también las alegrías” (25)

  

“El atardecer alcanza 

  a los cerros 

  plato de carne con chile colorado” (33)

  

“De mis manos 

  la tierra de mi tez 

  todavía me acuerdo” (28)

  

El detonar no de un recuerdo, sino de toda la memoria en las páginas del libro, funde el yo narrativo de los personajes con el yo que recuerda, aunque sabemos que son varias voces, nunca dejamos de escuchar el tono de voz del narrador. 

Este libro situado en una narrativa poética nos presenta un yo dislocado y un desdoblamiento en varias personas que se establecen en un tiempo no lineal, un tiempo que pertenece más a la organización del sueño, a la reminiscencia nostálgica y dolorosa de un espacio geográfico marginal “Desde el arrabal de casas efímeras cuyos techos de cartón y corcholatas se erigen como símbolos de un abandono perpetuo, Los Calili, con su linaje de turbulencias y su perpetua maternidad” (De la Cruz, Prólogo, 9). Verso y narrativa se unen en un solo flujo guiado por el recuerdo. El yo poético se entrega en fragmentos y el yo narrativo es más distendido, es ahí en donde todas las voces se juntan para dar vida a las escenas fundamentales del recuerdo y de la narrativa propuesta por el autor: 

 

“A mi hermano Javi lo mataron un tres de octubre, afuera de la desponchadora, ahí donde se juntaban Los Apaches. Se estaba peleando el Aretes y lo fueron a despertar. Él era el más chingón para los chingadazos” (18).

 

“A veces veo a mi carnalito de niño y otras veces lo veo adulto, todo depende, si parpadeo todo cambia. A veces, también, escucho la voz de mi jefa que me llama, y otras, la voz del abuelo Isidro. Ni siquiera sé si duermo, el tiempo para mí es bien piratón, la neta” (36).

 

“Por la tarde, ya que el sol se ha ocultado el morro va por su filero, el que le regaló su carnal. Sabe que la noche se acerca y que llegará a su primo, lo acercará a su pecho y le dirá que no diga nada y que se deje” (45).

 

Escrito desde Chicago, pero situado en Juaritoz, este libro nos recuerda el estado de precariedad y de abandono de muchos barrios marginales de México y Latinoamérica, en donde la brutalidad y la carencia son la norma. También resulta interesante descubrir cómo Arbizu ubica a Juaritoz como un personaje a la que nombra como su prietita “Por eso estás prieta igual que yo, por eso me gustaste, pinche fea […] Ayer pensaba en ti mientras escuchaba esa rolita de Los Silver, esa que dice ahí yo me moriré a la orilla del río. Juaritoz, cómo te extraño […] A cada rato te recuerdo y te quiero. No me olvides. Tu Prieto” (49). Con este fragmento del poema titulado “Postal”, el yo narrativo vuelve en sí y se despide de todos los “yoes” que habitan la reminiscencia y el espacio llamado Juaritoz. 

Los terregales de Miguel Méndez Arbizu, se organiza a partir de una lógica onírica que se enmarca en una narrativa directa y nostálgica. Todos los “yoes” que conforman esta narrativa desatan sus fuerzas como un gran terregal de reminiscencias sobre la conciencia del lector que acompaña el tránsito poético y atraviesa ese terregal traducido narrativamente en la ficción de la página, en ese sentido, este libro es el sueño de una noche o quizás una pesadilla que se organiza en la distancia de un tiempo y espacio circular propio de la reminiscencia.