Tukson de Giovanna Rivero
SEd, Miami, 2024. 348 páginas, ISBN 979-8989968022
Giovanna Rivero (Bolivia, 1972) escribe la novela Tukzon, publicada en una nueva edición por Suburbano Ediciones (2024). Su trama es delirante, evasiva, una tormenta en el desierto. Tukzon es un laberinto de gruesos muros, tristes y angostos caminos, diversos e irrepetibles. La meta no es salir de él, más bien la idea, el instinto arcaico, es habitarlo, subsistir y no sucumbir en el intento y, si se muere, ser un fantasma decente, de esos que se quedan en la frontera entre lo vivo y lo caducado. Entrar a Tukzon es jamás salir.
La trama es muchas tramas, serpentea en forma de un delgado hilo de color indeterminado, quizás transparente, tal vez hecho de carne. Una escritora agotada de su rutina tiene la oportunidad de iniciar una aventura. La revista para la cual escribe, Mother Fucker, le solicita viajar a Arizona para investigar. Su misión son los coyotes. ¿Los coyotes? Sí, no los animales caricaturizados, incapaces de hacerse con un correcaminos. No, se trata de tráfico: órganos, genes, cuerpos, almas, ilusiones. Traficantes de la existencia. Comienza el viaje.
Los personajes son muchos, todos en realidad. Además de la heroína, esa escritora nihilista, hay un agente pachuco, una actriz callejera, el presidente de los Estados Unidos, un fantasma adolescente, la mujer más bella del mundo, un abogado con escamas y tres criaturas de ojos grises, entre otros tantos. Ellos son los arquetipos de nuestro tiempo. Tótems líquidos que fluyen sin rumbo fijo, desafiando las leyes del universo, desbocados, jadeantes. Comparten dos cosas: una tristeza inherente y el deseo fijo de emprender la huida. El problema es que quieren escapar de ellos mismos y ni siquiera arribando a otros universos es posible, y lo saben, en el fondo son conscientes de su condena, pero continúan avanzando en cualquier dirección, porque el movimiento es el antídoto predilecto.
La ciencia ficción es la excusa en este universo, más bien multiverso, que imprime en la narración una atmósfera de extrañeza; un desconcierto que a medida que transcurren las páginas se va haciendo más notorio, un desconcierto dócil, eso sí, que nos permite mirarlo de frente y reflejarnos en él. Gracias a eso entendemos su deformidad, sus cientos de cabezas y la boca distorsionada que no se cansa de gritar pidiendo ayuda, una ayuda que no llegará.
Sería irresponsable abordar la historia desde una perspectiva convencional, pues Tukzon como experiencia se amolda a cada lector. Su riqueza radica en que se ofrece, como artefacto, a partir de diferentes niveles literarios y no se concentra sólo en un aspecto. Las historias que conforman la novela son piezas de colección, compuestas de una belleza integral, e incapaces de agotarse en sí mismas. Si bien existe una lógica interna dentro del texto, consistente en toda regla, bien podría leerse como una Rayuela hipermoderna y no perder un ápice de asombro. Apoderarse de fragmentos, diálogos, descripciones, monólogos, todo es permitido porque todo es Tukzon. Giovanna Rivero, más allá de escribir una novela, crea un puzzle de dimensiones infinitas.
Las piezas están dispuestas para armar lo que se nos venga en gana. Mientras nos dedicamos a ello, algo pasa en nuestro interior. Sin darnos cuenta, arrebatados por una prosa hipnótica, vencidos por un alud de palabras que desenfrenadas, frenéticas, nos sepultan, sentimos una punzada en la frente: es el germen que comienza a descender, recorriendo cada centímetro de nuestro cuerpo, tiene que infiltrarse hasta la consciencia, para llegar al inconsciente y descubrir el alma humana, impregnarla con su veneno, una sustancia sagrada hecha de frenetismo, caos, un suspiro de terror que nos transforma en arena del desierto. La mirada triste de un cielo nocturno ignorado por la vida terrestre.
Una frontera terrenal conlleva a otras invisibles. Insospechadas líneas que atraviesan lugares movedizos, que se pierden en suspiros desconsolados. En Tukzon los personajes no saben que están cruzando una frontera. Pero al hacerlo intercambian una parte de ellos por un trozo de maldición. Llega el momento en que son seres malditos, corruptos, plagados de esperanzas, dueños de ilusiones diáfanas. Quedarse en un sitio no es una opción, por lo que emprender la huida es la única vía para existir. No obstante, el viaje nunca es en línea recta. Los obstáculos no son convencionales. En el entendimiento del naufragio se encuentra el futuro, el único posible, que no es la putrefacción, así lo parezca: es el retorno a uno mismo. No volviendo a un estado idéntico, sino regresando después de una larga travesía; cansancio y vejez, y una pesada carga sobre la espalda, parte sabiduría, parte dolor crónico.
En resumidas cuentas, Tukzon de Giovanna Rivero, novela que se puede encontrar, o reencontrar, gracias a Suburbano Ediciones, es un artilugio extraño, caído del cielo, volátil, misterioso, una zambullida a un mundo muy parecido al nuestro, pero que a la vez lo supera, es capaz de rebasarlo porque contiene múltiples rostros, falsos y verdaderos, luminosos y desoladores.
Esteban Miranda (Medellín, 1993). Escritor y lector. Trabajador Social. Ha publicado relatos en la revista La Sirena Varada (México, 2018) y gAZeta (Guatemala, 2020). Participante del XIX encuentro de poetas Comfenalco, Antioquia (2018). Finalista del I certamen literario Agustín Sánchez Rodrigo (España, 2020) en la modalidad de poesía, así como finalista del I premio de novela sub-35 Germán Espinosa con la novela No hay ciudad para el silencio, la cual fue publicada por Escarabajo Editorial (2021). Colaborador en Suburbano desde 2023.