Libro de la tentación y del olvido de Carlos Villacorta
Valparaíso Ediciones, 2023. 70 páginas, ISBN 978-84-19347-49-7
En un mundo que sigue devastado por los horrores de la enfermedad, de la guerra, de las catástrofes naturales y de la violencia extrema, una pregunta sigue vigente, poderosa y abrumadora al mismo tiempo: ¿puede la poesía todavía hacer algo en contra del desastre, en contra de la barbarie y del olvido? Esta es la pregunta que parece surgir entre las líneas de cada uno de los versos que constituyen Libro de la tentación y del olvido de Carlos Villacorta (Valparaíso Ediciones, 2023), que se dedican a cantar el modo en que el amor, la sencillez y la belleza de una mirada robada a una mujer en el metro de Nueva York, el placer de la lectura y de descubrir el mundo, se mezclan con la realidad de las guerras pasadas y presentes, con la enfermedad llevada por la Covid-19, con la violencia del cambio climático. En los tres apartados del poemario – “De la poesía”, “De los libros” y “De la memoria” –, para Villacorta el lenguaje no es solamente un medio de expresión, a la vez sencillo y oscuro, como siempre trabaja la poesía, sino que es también tiempo y espacio, que se materializan en un viaje alrededor del mundo. Un viaje que es de palabras, por supuesto, pero también de lugares y épocas.
El yo poético se mueve alrededor de los escombros de la memoria, para devolvernos un recorrido que parte desde una ciudad de Madrid perdida en el calor veraniego:
Deambulo entre anteojos que se doblan y parten
la mirada.
Es el verano del 2018.
O casi (11)
Sin embargo, Madrid no es solamente el presente de un mercado coloreado, sino también “RASTRO” (11) de un pasado que nunca puede irse. Allá donde “Las máscaras de gas cuelgan en los puestos donde / la yuppie ha venido a comprarse / sus nuevas ropas” (11), como un eco del siglo XX que vende reliquias nazis, el yo poético se mueve en un pasado-presente donde “habita / solitario Agustín Lara” (11), que le gusta tanto a los mexicanos como a Franco (12). Junto a la voz poética nos quedamos allá suspendidos en el tiempo y en el espacio, sólo para luego darnos cuenta que
debo sacarme esta máscara
que traigo desde tan lejos y apurarme a salir
a robar las máscaras de gas porque nunca
el pasado se termina de ir nunca (12)
Desde Madrid, nuestra mirada se mueve hacia un Japón perdido en su grandeza mítica, pero también en lo que queda del desastre nuclear de Fukushima, y hacia la Francia de la resistencia, desde Juana de Arco a los chalecos amarillos. De ahí, volamos hacia el Perú, desde la violencia del conflicto armado en los años 90 hasta las ruinas dejadas por la Covid-19 en 2022.
Parece muy simple proporcionar una lectura ordenada y sistemática de Libro de la tentación y del olvido. Sin embargo, las elecciones estéticas de Villacorta nos regalan apartados que nos aclaran y nos engañan al mismo tiempo, apartados que de repente hablan y no hablan “De la poesía” (9) o “De los libros” (27) o “De la memoria” (41), forzando al lector a medirse con la falibilidad de sus propias convicciones, a medirse con su propia miseria y su propia desesperación frente a un lenguaje que pensamos y queremos “materialidad”.
Sería tan simple si las palabras pudieran decir las cosas con sencillez, porque el poema también es trabajo, también es vida, también es plusvalía: “¿Cuánto ganaste poeta cuando escribiste este poema? / [ ]” (21). Sin embargo, la verdad es que en cada grieta de nuestra realidad, que también es cuerpo, que también es un país entero, “el país de los doce ángulos” (14), como la piedra del Cusco que rige con su perfección arquitectónica todo el palacio del Inca Roca, “anida una rata diferente / Grieta 1 Rata 1 / Grieta 2 Rata 2 / […]” (14), que devora poco a poco “un bloque más de lenguaje” (14).
¿Cómo sobrevivir a la tentación de cuidar las palabras para que quede la memoria? Tal vez gracias a la ayuda “De los libros”, con los que entramos al segundo apartado del poemario y que, con un guiño a la tradición bíblica, intentan reconstruir una biblioteca personal del dolor y del recuerdo. El viaje, la migración, la guerra, este huir constante no solamente de lo que la realidad nos propone sino también de nosotros mismos, sobre todo de los que vivimos entre mundos, que siempre estamos yendo hacia otro lado en el espacio, en el tiempo y en la identidad que construimos y reconstruimos siempre. Así entramos a la historia de Jonás, el profeta menor al que Dios le encarga difundir la palabra divina en la disoluta ciudad de Nínive, que en Libro de la tentación y del olvido se huye al caos de Nueva York, donde “las plegarias que podrían ser versos / Se acumulan en la ciudad que todo lo acumula” (29). O llegamos a la historia de Judith, la rica viuda que en el tiempo de Nabucodonosor logra salvar a su pueblo cortando la cabeza a Holofernes, que se vuelve la Morena que trabaja con la red “en la playa entre las rocas” (30). Canto de mujer y, al mismo tiempo, “Nave encallada frente a la memoria” (30) del cementerio de cuerpos y almas que desde hace mucho tiempo se ha vuelto el Mediterráneo.
Este segundo apartado parece construir una cartografía del desastre, ya sea de la guerra o del desastre climático, que nos mueve del presente al pasado. El yo poético nos lleva desde el “Libro de los números”, que canta la muerte que esconden las aguas del Mediterráneo hasta el “Libro de las islas”, hasta la Isla de San Lorenzo, en el Perú, desde donde “se aprecian mejor los tsunamis” (32). Desde el presente de la guerra en Ucrania en el “Libro de las sombras” hacia atrás, otra vez en la sombra del conflicto armado del Perú en el “Libro de la guerra”. Y sin embargo, aquí no es la violencia del conflicto que emerge sino el lenguaje como escombros de lo que queda después:
Después de la guerra, nos pusimos a levantar los escombros
de cada ventana y cada casa que yacía
bajo nuestras botas
y retiramos de nuestro rostro las máscaras que atrapaban
lo desconocido. (34)
¿Qué nos queda cuando las palabras, en realidad, no dicen las cosas sino sus escombros? Tampoco el “Libro de la construcción” nos proporciona una respuesta simple y llana, porque parece que lo único que ha crecido, en la geografía del desastre, es el espacio de la muerte en el cementerio limeño de Baquíjano. Ni tiene una respuesta el “Libro de las respuestas” a las preguntas que muchas veces nos hemos preguntado en la soledad de nuestras habitaciones y
hemos escuchado allá afuera
como ladran los perros antes de ser atropellados
y hemos sido el perro y el burro y ¿por qué no?
el niño que sabe que el silencio arde frente a las palabras. (38)
Hasta en la librería, donde el yo poético nos lleva para cerrar el segundo apartado, el “Libro del olvido”, lo que el poema nos devuelve son las preguntas-perífrasis con las que pretendimos recordar esos títulos de libros a través de los cuales intentamos buscarnos o perdernos al mismo tiempo:
¿Tiene aquel libro de las niñas brillantes?
¿Tiene aquel libro donde una ballena blanca llega
a Sudamérica?
[…]
¿Tiene aquel libro cuyo título son números?
[…]
¿Tiene aquel libro que huele a una hermosa mañana
de primavera?
¿Tiene aquel libro donde la poesía recuerda? (39-40)
¿Qué recuerda, entonces, la poesía cuando recuerda?, ¿será la real tentación que Villacorta nos propone la del olvido o la de la memoria?
Es a través de estas preguntas que entramos al tercer apartado del poemario, “De la memoria”, en que se interroga directamente a la poesía, en el largo poema “POESÍA YO RECUERDO [UN POEMA DE LOS AÑOS NOVENTA]”. Estructurado casi como una sucesión de fichas numeradas progresivamente, pero con huecos entre un número y otro, el yo poético emprende un viaje al pasado que nos regresa a los años 90, al pasado de un Perú aquejado por la violencia “–26– Poesía, yo recuerdo que la dictadura quemó el edificio donde trabajó mi madre por muchos años” (45), pero también por la lucha, “–35– Poesía, yo recuerdo que una noche nos gritaron terroristas por leer poesía en voz alta. Seguimos leyendo en voz alta” (46), también por la esperanza, “–333– Poesía, yo recuerdo que nacieron todos nuestros hijos e hijas, a los que amamos más que a ti poesía” (50), también por la palabra afanosamente buscada, “–966– Poesía, yo recuerdo otro verso” (65). Como una cámara que en slow motion nos lleva de un estante a otro de este archivo personal de la memoria, que siempre “es una luz oscura” (64), el lector sigue a una voz poética que va seleccionando pequeños momentos de la historia y de la vida. Momentos que muy lejos de representar una eufórica unidad, ponen en escena un lenguaje de la resta, ponen en escena el acto mismo de escarbar en nuestros espantos. Actos que nos enseñan que el lenguaje es dolor, pero que si logramos dar el salto para ver qué hay en el más allá de la mirada petrificadora de la Gorgona, todavía puede imaginar un futuro que no sea solamente en forma de catástrofe, porque al final “LA MEMORIA ES LA ÚNICA FORMA DEL DESEO” (66).
Laura Alicino es Marie Skłodowska Curie Postdoctoral Fellow en la Universidad Ca’ Foscari de Venecia y en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Se ocupa, principalmente, de la representación de la violencia en las literaturas hispanoamericanas contemporáneas, con un enfoque sobre intertextualidad y escrituras documentales. Es autora de El guiño de lo real. Intertextualidad y poéticas de resistencia en Cristina Rivera Garza (Albatros Ediciones, 2022).