Un cuento de Paulina Constancia

Tatang va a Nueva York
 

I

José Macasaet o ‘Tatang Pepe’ como su familia y amigos le llamaban afectuosamente, era un residente muy querido del pueblito de Asingan en Pangasinan. Tenía 60 años y era una persona sencilla en muchos aspectos. Su filosofía en la vida era: ‘todo para la familia’. Trabajó como cartero por 30 años para mantener a la familia y le fue concedido muchas veces el premio de Mejor Cartero del Año hasta que la gerencia de la oficina de correos decidió que era hora para dar a otros la oportunidad de ganar el premio. Tatang Pepe y su esposa Carmelina “Meling”, maestra de la escuela pública, lograron mandar a sus hijos a la universidad. Su hijo mayor, Ricardo “Carding”, estudió ingeniería informática; su segundo, Lorenzo “Ensong”, radioterapia y la más joven, Susana “Susie”, enfermería.

 

II

Susie trabajó por unos años como enfermera en un importante hospital en Makati, después, un prestigioso hospital en la famosa “Fifth Avenue” en Nueva York la contrató. Inmediatamente, Susie se mudó y empezó a trabajar allí. Cuando adquirió su ciudadanía en EEUU, presentó una petición de visa para que sus dos hermanos Kuya Carding y Kuya Ensong pudieran inmigrar. Hacía ya dos años que Susie había logrado traer a su madre a América. La vida le sonreía a los Macasaet en Nueva York. Todos consiguieron trabajo bien pagado y casas propias. Cada de uno de ellos fundó su propia familia con la excepción de Susie que se quedó soltera. Ella compartía con su madre su casa de dos pisos en Howard Beach en el distrito de Queens. Había sólo una persona que faltaba en el panorama… ¡Tatang!

 

III

Tatang Pepe estaba bastante contento de ser un cartero y quería continuar trabajando para la oficina de correos. No obstante, cuando sus hijos ya se habían establecido en EEUU, Tatang tenía bastante dinero para pagar los gastos diarios con lo que le mandaban cada mes. Satisfecho con la “pensión” mensual de sus hijos, él dejó su empleo y se metió en una nueva distracción… sabong. Desde que empezó a jugar, siempre tuvo buena suerte. A veces él se preguntaba por qué no había empezado a jugar antes en su vida. Cada vez que sus hijos le llamaban por teléfono, le preguntaban cuándo vendría para que la familia pudiera estar toda junta en América.

Siempre les contestaba: —Con tal que siga ganando, me quedaré aquí y seguiré jugando. Era evidente que la gran pasión y dedicación de Pepe a su trabajo como cartero se convirtió ahora en su obsesión con el sabong.

 

IV

Tatang Pepe era muy económico en sus gastos y ahorraba casi toda su pensión mensual para las apuestas en las peleas de gallos. No obstante, le gustaba mucho vestir de una manera descomplicada. Todos los días, cuidaba a su gallo y los vecinos le veían vestido en camisa de chino, porontong, tsinelas y con su sonrisa sin dientes. Sí, le gustaba mucho sentirse cómodo y por eso usaba su dentadura postiza sólo para ocasiones especiales, por ejemplo, para asistir a bodas, bautizos y fiestas del pueblo.

 

V

Era el día más importante del año para el sabong y en la fiesta del pueblo había grandes apuestas en el sabungan. Tatang Pepe estaba atando el tari a su gallo campeón Puma (un gallo grande y magnífico de plumaje blanco, rojo y café) y de repente el teléfono sonó. Era su mujer Meling llamando desde Nueva York. Era el 10 de octubre y toda de la familia Macasaet aparte de Tatang estaba en la casa de Susie, celebrando la fiesta de San Luis Beltrán, el santo patrón de Asingan.

—Pepe, en dos meses celebramos nuestras bodas de rubí, ¿no crees que es hora de reunirte conmigo aquí en Nueva York? Ya sabes que la vida es corta… ¿quién sabe cuánto tiempo más tenemos juntos? ¿A quién quieres más, a Puma o a mí? —preguntó Meling.

—Mi amor, tú sabes que te adoro, pero no puedo hablar contigo ahora; las peleas empiezan en media hora, —dijo Pepe.

Meling se disgustó mucho, pero accedió a llamar nuevamente esa misma noche. Pepe sintió la tristeza en la voz de su mujer, pero al mismo tiempo tenía que concentrarse en la pelea que iba a empezar dentro de poco. Antes de entrar a la gallera de Toboy, le pidió a Dios que le diera una señal para decidirse a renunciar al sabong y reunirse con su familia en América.

 

VI

Tatang apostó toda su pensión mensual. Puma ya le había dado muchas victorias a Tatang en los últimos dos años. Muchos en el pueblo apostaron por Puma también. Sin embargo, para el gran disgusto de éstos, Puma perdió contra un gallo nuevo y joven. Fue una tragedia y Tatang sintió que Puma lo había defraudado precisamente el día en que Tatang había apostado casi todos sus ahorros.

Volvió a su casa con lágrimas en los ojos. Era la primera vez que sufría un fracaso en su vida. Entonces se acordó del rezo antes de entrar en la arena y se dio cuenta que sin duda Dios le había dado una señal. Como prometió, Meling llamó de nuevo a su marido esa noche. A Tatang le costó mucho tomar el valor para admitir que había perdido la pelea de la fiesta.

—Meling, no cabe duda que voy a América muy pronto para estar contigo y nuestra familia. No me queda nada más aquí, —declaró Tatang.

 

VII

Tatang nunca había ido a ninguna parte fuera de los alrededores de Asingan; tampoco se había montado en un avión. En preparación para su viaje, le consultó a su vecino Oscar “Ocá”. Ocá ya había ido un par de veces a los EEUU y en la opinión de Pepe él era un experto.

—Pepe, debes llevar puesto algo elegante para que la gente te respete. Tengo un traje de etiqueta y un par de zapatos de cuero de Florsheim que yo no uso más. Te los regalo para que vayas elegante en el avión, —dijo Ocá. Tatang Pepe se alegró mucho con los regalos y volvió deprisa a su casa para empezar a empacar.

 

VIII

El día de la partida de Tatang Pepe, Ocá vino a verlo para desearle suerte. También tenía unos consejos para su vecino:

—Ten cuidado. Guarda tus cosas y evita hablar con desconocidos. Acuérdate de pedir barajas, calcetines, cepillo de dientes y pasta de dientes en el avión… son gratis.

 

IX

Y así Tatang se embarcó en el avión en todo su esplendor; aparte del traje elegante y extravagantes zapatos de cuero, llevaba puesto también su dentadura postiza completa porque ésta era una ocasión muy especial. Cuando tomó su asiento, llamó en seguida a la azafata del vuelo:

—Señorita, ¿podría darme una baraja?

La azafata respondió: —Señor, todavía los otros pasajeros están embarcando. ¿Podría esperar hasta que el avión esté en el aire?

 

X

Cuando el avión estaba ya en el aire, la azafata regresó a entregarle la baraja. Tatang cogió el brazo de la azafata y le dijo:

—Señorita, gracias y una cosita más… ¿podría darme calcetines, cepillo de dientes y pasta de dientes?… tengo frío y además tengo que cepillarme los dientes ahora mismo.

—Señor, se los traeré si espera un momento.

Pasados veinte minutos, ella regresó con todo lo que Tatang le había pedido dentro de una bolsita. Tatang Pepe se sintió muy contento y se dio cuenta de que todo lo que Ocá le dijo era verdad. Se puso ropa elegante y la gente le respetaba. No sólo recibió todo lo que le había pedido a la azafata, sino que esta chica guapa lo llamó Señor. Para la gente de su generación, este título de respeto era reservado para alguien importante o rico.

 

XI

Al cabo de un rato, la azafata se acercó a Tatang y le preguntó: — Señor, ¿quiere pollo o carne?

—Señorita, ni pollo, ni carne para mí… sino que me gustaría otra baraja, —respondió Tatang.

—Sí, ¡cómo no!; se la traeré cuando les haya servido la cena a los otros pasajeros, — le aseguró la azafata.

Una vez más, como prometió, ella volvió con una baraja para él. Él tenía hambre; no obstante, estaba muy feliz. Ahora tenía dos barajas para regalar a sus nietos.

 

XII�

Tatang se quedó despierto y ensimismado… Se acordó del consejo de Ocá acerca de evitar hablar con desconocidos. Muchas horas pasaron y los pasajeros se empezaron a despertar. Nuevamente, la hermosa azafata se acercó a Tatang y le preguntó,

—¿Quiere jamón o tocino?

Tatang vaciló, no estaba seguro si debía pedir algo de comida. Sintió los punzantes dolores del hambre en el estómago… sin embargo se imaginó entregándole el nuevo billete de banco de cien dólares en su bolsillo a su mujer Meling.

—Señor, ¿quiere jamón o tocino para el desayuno? — repitió la azafata en tono más fuerte porque creía que Tatang estaba un poco sordo.

—Nada para mí —respondió Tatang.

 

XIII

Los otros pasajeros degustaban el desayuno mientras Tatang seguía ensimismado. Se mantenía en silencio y a la vez, se moría de hambre. Una hora más tarde, el piloto anunció que acababan de aterrizar en el aeropuerto de La Guardia.

Al cabo de un rato, todos los pasajeros desembarcaron y la azafata volvió para ver si alguien se había quedado en el avión. Todos habían desembarcado menos un pasajero: Tatang.

—Señor, ya hemos aterrizado. ¿Cuál es el problema?

Avergonzado, Tatang apuntó a su cinturón de seguridad y le rogó a la azafata:

—¡Ayúdeme por favor!—

Ella casi se puso a reír e inmediatamente, lo sacó de la “cárcel” de su asiento. Mientras tanto, su esposa, hijos, nueras y nietos empezaron a preocuparse porque todos los pasajeros ya habían salido y Tatang todavía no. De repente las puertas automáticas se abrieron y allí apareció Tatang: pálido, cansado y débil, apretando la bolsa de cositas gratuitas y las dos barajas contra su pecho. Toda la familia corrió para abrazarle y darle la bienvenida a América. Tatang estaba quietecito y no mostraba alegría.

Susie le preguntó: —Tatang, ¿no te sientes feliz de ver a toda la familia?

—Sí, cómo no… pero tengo muuuuuuuuuucha hambre! —Sus labios temblaban. —Por favor, por favor ¡DENME algo de comer! —rogó Tatang.

—¿Pero por qué, Tatang? Sin duda había mucha comida en el avión, ¿no te alimentaron? Susie le preguntó.

—Sí, la azafata un par de veces me ofreció algo para comer pero temía que me obligara a pagar. —Tatang confesó.

 

XIV

En seguida fueron al McDonald’s que estaba en el vestíbulo del aeropuerto. Tatang se acercó a la cajera mientras Susie estaba de pie detrás de él.â�¨—For here or to go? —preguntó la cajera.

Tatang pensó un momentito y luego respondió:â�¨—I will eat here and then I’ll go— (Comeré aquí y después me iré).

—For here —Susie corrigió la respuesta de Tatang y pagó la comida.

Por primera vez, Tatang probó el sabor de América —un Big Mac, una porción grande de papas fritas y una Coca Cola grande. Después de comer su McMeal, Tatang recuperó las fuerzas y estaba feliz de ver a su hijo mayor Carding con su esposa Nelia y su hijo Tommy; su segundo hijo Ensong con su esposa Tessie y su hijo Manny; su única hija Susie y su querida Meling. Después, todos se fueron a sus respectivas casas en Queens y así, Tatang comenzó su vida en Nueva York.

 

∴ 

Paulina Constancia nació en Cebu, es una artista visual y poetisa que ha presentado su arte visual y poesía en Filipinas, Indonesia, Japón, Tailandia, Malasia, Singapur, Holanda, México y varias ciudades en Estados Unidos y Canadá. Ha publicado un poemario bilingüe Brazos Abiertos/Open Arms (Vancouver 2003) y Cuentos Hispanofilipinos/Hispano-Philippine Stories(Manila, 2009), una colección bilingüe de cuentecillos. Sus poemas fueron publicados en la revista electrónica Revista Filipina y en Contratiempo (una revista latina en Chicago) y también presentados en el programa de radio El Mundo de la Poesía (World Poetry Café) en Canadá.