Uno no elige la rebeldía, la rebeldía está instalada en una

 
Yecid Calderón: performancero, poeta y filósofo. Foto: cortesía.

 

Elegir ser rebelde. Creo que uno no elige esa posibilidad. El defecto del chip está instalado desde el inicio. No recuerdo bien cuándo nació esta manera diferente de sentir, pero es de infancia. Desde los primeros momentos, desde la primera mágica oportunidad (milagro y misterio) de tener uno idea de una misma. Una se da cuenta, inmediatamente, que lo visto alrededor no es lo que vemos. Que detrás de las cosas hay otras cosas no vistas. Se trata de una intuición y una suspicacia inicial, espontánea y que está adherida, como un caracol, a la misma toma de consciencia.

Recuerdo esta manera diferente de estar siendo que levantaba risas y comentarios. Rara, era un niño raro. Quizás rara me concibió mi madre. Recuerdo que al caminar por el campo, sola, porque fui un niño solitario (como hombre-mujer degenerada y en tránsito desidentificatorio solitaria que soy hoy mismo que escribo) que me concentraba preguntándome ¿qué soy? ¿qué es esta vegetación que me rodea? ¿es esto lo real? ¿de dónde vengo? ¿hay otros mundos? Y de repente me sentía arrebatada por un impulso hacia arriba y me veía a mi misma en el camino, caminando.

Era tal el arrebato que me producía un vértigo increíble y terrible, al que jugaba provocándole una y otra vez. Gustaba de ese estado extremo para volver a mí y dejar de sentir esa arrebato para tornar a él una vez más. Al regresar a casa nada me era familiar, nunca nada me ha resultado familiar. Soy nómada quizás por ello, no echo raíz, no creo en el sedentarismo y no creo que la conservación de algo sea el estado propio de la materia. Esa es la fuente de mi rebeldía. Un defecto de consciencia original, una caída inicial, una insatisfacción innata. Un impulso hacia otra cosa, hacia el cambio, hacia la transformación, hacia la revolución, el tránsito y lo que deviene.

Uno no elige la rebeldía, la rebeldía está instalada en una. Con el tiempo, una va reconociendo, sobre todo en los contextos sociales, lo equivocados que andamos respecto de las relaciones, la configuración de la política, las maneras de entender la religión. Una se interpela por la pobreza de los pueblos, la explotación de los miserables, la exclusión rapante, la guerra, la violencia en todas sus formas. Entonces una no se queda callada, aunque la voz que una tenga en medio de semejante tormenta sea exigua y pequeña, baja y casi casi inaudible.

Esa suspicacia inicial tiene que ver entonces con la sensibilidad frente al dolor y el sufrimiento, tanto propio como ajeno, especialmente el ajeno. Brota en una un deseo implacable de justicia. No tanto en el sentido de lo justo perfectamente establecido, sino de un trabajo constante por mejorar las relaciones en contextos de opresión.

Una no elige ser feminista, una nace feminista cuando es rebelde. Habría que empezar por entender que el feminismo o mejor, los feminismos, no son feminismos como asunto de mujeres. Los feminismos son la rebeldía misma en su forma mejor pulida por la historia de la consciencia que deviene en esta civilización terrible y excluyente.

Yo no soy feminista por simpatía con las mujeres. Conozco mujeres que se autoproclaman feministas siendo tan opresoras como los crueles machos. Ven la rebeldía hacia afuera, no se interpelan en sus propios actos, o en la configuración de su propia subjetividad. Reproducen toda la estructura de opresión. Para mí, ser feminista es ser rebelde, y ser rebelde, implicaría, alguna forma de feminismo. Pero un feminismo que, en primer lugar, se pregunte por el sujeto feminista que una misma es deviniendo, por las maneras en que la estructura de opresión ha anudado nuestra identidad a ciertas prácticas de violencia cotidiana. Unos feminismos que empiecen a despojarse de la identidad, del ser-en-sí, de la ontología que, como un efecto calcáreo, petrifica al sujeto y lo lanza hacia afuera en razón de que el mismo sujeto, ya configurado, se siente un monolito inexpugnable. “Yo soy”, terrible manera de expresar la hegemonía fundamental y el principio de todas las violencias.

El nombre de feminismo es por la deuda que tenemos con las mujeres que perfeccionaron el análisis social, político e histórico de las opresiones. Hablo de Angela Davis, por ejemplo. O del grupo Combahee River. O sea feminismos negros. Hablo de Gloria Anzaldúa y Cherry Moraga, feminismos chicanos. Hablo de las mujeres de a píe latinoamericanas. Silvia Rivera Cusicanqui, de Breny Mendoza, de Ema Chirix, de Norma Magrovejo, con quien comulgo en exilios. Hablo del feminismo comunitario boliviano. Hablo de los feminismos de abajo, no de los de arriba.

Lo anterior no quiere decir que esté reduciendo la rebeldía a los feminismos. La rebeldía también es contra las formas coloniales de la configuración subjetiva y social porque es terriblemente opresiva. La rebeldía también es la profunda insatisfacción a ser de este modo o aquel otro. La rebeldía también es una crítica al capitalismo en sus formas más explotadoras. Yo soy feminista, pero no me reduzco a ello. Soy mariposa, perra y cerda. Soy loca y cuerda, lozana y antigua, viva y en proyecto hacia la transformación de mis átomos el día de mi santa muerte. Soy vida. ¡Claro que sí! Pero también soy la muerte que me habita y con la cual dialogo en ocasiones. Yo soy la rebeldía y los feminismos son mis tapetes, mis sillas, mis poltronas, mis respaldos. Pero tengo mi lugar repleto de otros muebles. Al final, y en un principio, yo soy la rebeldía en devenir y tránsito; al final y en un principio, soy tan sólo aquello que no soy porque constantemente me traiciono.

 

Yecid Calderón, doctorándose en la academia pero, cada vez más, fungiendo como un virus contaminante en las prácticas de exclusión allí operantes. Anti-académica, aunque tiene máster y especialidad, ha empezado a jaquear la filosofía y su falogocnetrismo; al arte moderno y sus exclusiones, naquizándolo y democratizándolo, a través del performance art y, finalmente, ejerciendo una labor crítica sobre la cultura gay del mainstream por sus sistemáticas formas de violencia y endodiscriminación. Activista, docente, investigadora, gestora cultural, curadora, loca pavorosa y amorosa, disidente, performancera, deformancera, hace cualquier cosa que le ayude a fomentar rebeldía y resistencia contra el heteropatriarcado y sus modos de exclusión. Actualmente vive entre Bogotá, Ciudad de México y Nueva York.