El Blues de Roma

 

El blues de Roma, de Raúl Dorantes
El BeiSMan Press, 2016, 124 páginas, $12.99, ISBN: 978-1533674098

 

Atravesar el dolor después del amor, en estos días, todavía tiene el carácter de un exorcismo. Es preciso arrojar los demonios que se quedan para que no nos carcoman. Sin embargo, ya no se trata de un exorcismo que recrea los éxtasis del amor perdido y sus desprecios hasta que se desgastan y es posible finalmente darles sepultura. No es eso lo que toleran nuestros tiempos. Ni ejercicios espirituales catárticos ni rituales cortavenas por los bares. Lo que se impone ahora, de una manera natural como algo que fluye sin esfuerzo, es una realidad cotidiana que atropella los demonios y los refunde hasta que se diluyen. La búsqueda de empleo. Las fantasías de triunfar en el mundo del arte y las verdades de no lograrlo. Los desamparados. Las deportaciones. La planta que se nos muere entre su maceta a pesar de que nunca le faltó agua.

Todos esos son los elementos conjugados por el autor Raúl Dorantes en su nueva novela, El blues de Roma, con esa ya conocida mirada suya que penetra las profundidades del diario trashumar y las expone con la levedad anunciada para nuestra era por Kundera y Calvino, convirtiendo así en ingrávidas y llenas de humor nuestras habituales tragedias. Tan inmensas siempre, y casi siempre tan insignificantes.  

La historia de El blues de Roma, haciendo honor a su título, es la de la soledad después del amor, esa que inventa un día un amor nuevo para desecharlo en la siguiente mañana, que una semana emprende el cometido de revivirlo y a la siguiente de nuevo lo sepulta, que despierta en la madrugada con la convicción de que lo ocurrido no tiene importancia y se va a dormir esa misma noche con la certidumbre de que no se tendrán fuerzas para resistirlo. Hay mucho más, sin embargo.

En El blues de Roma, el dolor después del amor, como debe serlo todo blues que se respeta, es urbano. Y urbano, para Dorantes, parece tener solo un posible significado: Chicago. Las calles y los campanarios, la estación del tren, los abedules, los apartamentos para la renta y la tienda miscelánea de la esquina, junto con quienes se asoman de paso a todos esos, nuestros queridos escenarios, y más importantes aún, quienes se quedaron, aparecen a lo largo de las casi ciento cuarenta páginas para impregnarnos de nostalgias y contagiarnos de esa muy bienvenida y particular enfermedad que ya hemos conocido en Dorantes en sus obras previas, cuyo síntoma más evidente es reírnos de nosotros mismos suceda lo que suceda.

Algo que también sucede en la novela, despacio, sutil de una página a la a otra, es la tragedia del desarraigo. Ese, el de los inmigrantes que tan profundamente entiende Dorantes independientemente de su país de origen, y también el desarraigo de quienes no lo son pero que de todos modos carecen por completo de alguien a su lado. Enloquece, en el sentido estricto y alucinatorio del término.

Entre el dolor después del amor, y Chicago, y las interminables batallas de la vida diaria, y la respuesta refleja de reírnos de nosotros mismos, El blues de Roma es en realidad esa historia aterrorizadora de la demencia de nuestros vecinos, los solitarios, los que empezaron por hablarle a sus cacerolas hasta que un día, finalmente y después de mucha paciencia, consiguieron que les respondieran. Que esos, nuestros vecinos locos se enloquecieron de soledad, es algo que se descubre en El blues de Roma. También el riesgo de convertirnos en uno de ellos.

Chicago, Julio 2016.

 

Martha Cecilia Rivera. Narradora y poeta colombiana. Su trabajo, que ha recibido varios reconocimientos internacionales, incluye la novela Fantasmas para noches largas, el volumen de relatos Opera de un hombre que buscaba, y el poemario, Peldaños de Brecht. Actualmente colabora con varios periódicos y revistas escribiendo sobre temas de literatura. Puede leer su blog presionando el enlace.