El amor en un mundo globalizado

 

El blues de Roma, de Raúl Dorantes
El BeiSMan Press, 2016, 124 páginas, $12.99, ISBN: 978-1533674098

 

El blues de Roma, de Raúl Dorantes, se desarrolla en la opaca e invernal ciudad de Chicago. El protagonista Roma Díaz se enfrenta ante la deshumanizada vida cotidiana en una sociedad moderna y fragmentada. La novela presenta la perennial y desesperada búsqueda del amor junto con las luchas personales de variados personajes en un escenario mundial, lleno de problemas socioeconómicos y políticos a niveles locales, citadinos, nacionales y globales. La obra ocurre a fines de 2015, días en que el protagonista se propone escribir sus memorias al allegarse a una crisis existencial de edad media. Roma vive en el lado norte de la ciudad en una comunidad de artistas que sufre la llegada del aburguesamiento en masa de los jóvenes pudientes que paulatinamente se han apoderado de las urbes estadounidenses, desplazando a los inquilinos de antaño, particularmente en comunidades inmigrantes y de clase obrera.

La perspectiva más extendida en la obra es la de Roma, un mexicano migrante perteneciente a la creciente clase de subempleados que se dedica a todo para substanciar minúsculas ganancias financieras sin prestaciones ni apreciación. Roma ejerce como maestro sustituto en una universidad local de escaso renombre a la que se le ensarta una catalogación: Mickey Mouse College. Además, hace trabajos independientes para periódicos locales de habla hispana. La desesperación económica es un tema constante en la obra, que se enfoca mayormente en la continua decadencia de los perdedores en una sociedad de consumo. Sólo se hacen menciones peregrinas de la clase que impone medidas de austeridad. Cita, por ejemplo, la orden municipal que veta la venta del alcohol en la zona, la cual afecta a los negocios pequeños con propietarios extranjeros. Ley que vira a la población local a la sobriedad forzada y la bancarrota de múltiples changarros para abrir paso al corporativismo desenfrenado que está tragando el alma de la ciudad.

Chicago se presenta exactamente como lo que es: una ciudad segregada, una entidad definida por una fotógrafa de la siguiente manera: “… que en el sur de la ciudad estaban los barrios obreros y que por eso había dos o tres laundromats de autoservicio en cada manzana. Que en cambio acá en el norte abundaban las tintorerías”, así promulgando la ideología clasista que altera la composición de su propio vecindario. La fotógrafa es una de los artistas que reptan por la vida con dificultad, ya que el arte alimenta almas pero no estómagos. También hay dos músicos que ejercen papeles muy diferentes; el primero es el saxofonista Jeff, un méxico-americano que forcejea con una filiación biracial, porque el estadounidense le rechaza por ser mexicano y el mexicano lo rechaza por ser un pocho güero que ni español habla; representa la batalla interna de ser estadounidense de primera generación experimentando una crisis de identidad. El segundo músico, Bob, toca el clarinete y se encuentra abrumado por el estrés que acompaña la necesidad económica debido a la inestabilidad laboral, la cual provoca un desequilibrio mental que borda con la locura y lo lleva a una aislamiento acompañado por vívidas alucinaciones o quizás transcendencia a un campo existencial más elevado junto a la bestia del Nilo.

Todos estos personajes comparten el amor por sus respectivas artes, ya sean gráficas, musicales o literarias. También comparten el mal sabor de boca del fracaso, la inhabilidad de sustentarse a sí mismos por medio de sus vocaciones en una economía cada vez más sofocante. No son los únicos artistas, pero son a los que les ha asentado la dura realidad y han engendrado términos para distinguirse de los jóvenes ilusos:

Los “todo esperanza”, que saludan y sonríen entre las cuatro paredes del ascensor. Por el otro están los que jamás se desprenden del ceño y al cubo movible prefieren llamarle descensor. Los primeros tienen proyectos y son seres para sí. Los segundos fueron en sí un proyecto: sus exposiciones de pintura no recibieron reseña alguna, sus videos no fueron seleccionados por los directores de las muestras y sus composiciones musicales siempre fueron consideradas demasiado avant garde (Dorantes 5).

Roma siendo un letrado comprometido no descuida su deber cívico y redacta un artículo en el que expresa su aprobación de la orden ejecutiva presidencial que efectúa el mandatario para darle un estado migratorio provisional de protección a los migrantes que arribaron a los Estados Unidos en la minoría de edad. De esta manera la obra plantea un evento masivo que transcurre durante el segundo término presidencial de Barack Obama.

Sin embargo, es injusta la orden del presidente porque deja de lado a los millones que no cruzaron el desierto con un hijo pero que por décadas han sido el músculo laboral de este país. Y le aplauden al presidente como si su orden fuese una epopeya cuando en realidad es un sainete (Dorantes 11).

Es un tema actual sobre la fuerza laboral estadounidense y la falta de diálogo nacional sobre un asunto que afecta a millones de habitantes que han vivido en las tinieblas con el temor de ser expulsados del país. Aún así la solución propuesta es un curita para una laceración pulmonar. Además, la promulgación de este programa de alivio migratorio involuntariamente recompensa el cruce fronterizo ilícito de aquellos padres que peligraron la vida de sus hijos menores, enviando un mensaje potencialmente contraproducente. A pesar de la bien intencionada nota, Roma se da cuenta de que la labor del periodismo ha cambiado mucho que cada vez los empleados trabajan más por menos, bajo el pretexto del beneficio ilusorio de trabajar desde el hogar, lo cual desbanda la interacción social entre empleados y quizá esfume la nube sindical que toda empresa teme. Las condiciones laborales de Roma no son exclusivamente aplicables a aquellos que desarrollan producciones de índole artístico, él es el arquetipo de una sociedad estadounidense en declive. Aunque el tema de migración es un problema que afecta a personas de distintas nacionalidades la conversación en la novela se traslada a la condición regimental de México y como esta se entreteje en el telón teatral de la política mundial.

El único elemento que constantemente destaca en el país azteca, aparte de su gastronomía, es la ausencia de eventos contundentes, México sigue siendo el país donde no pasa nada. Un país donde transcurren los feminicidios por toda una década y no pasa nada. Años después se despliegan fuerzas militares para combatir el narcotráfico causando miles de muertes civiles y no pasa nada. La nada más reciente resultó en la misteriosa desaparición de 43 estudiantes y en México sigue sin pasar nada. No hay esperanza de cambio ya que el mexicano es complaciente y prefiere no inmiscuirse en asuntos polémicos, aún en los que le incumben. La fuga es más atractiva que el planteamiento de soluciones viales. Requiere menos reflexión y más instinto.

En este lago rodeado por el fracaso y el desdeño, Roma desempeña la agria tarea de evaluar su vida amorosa. Recordando su primer amor con Edda, el divorcio con Maggy y el más reciente sinsabor de Rebeca, una profesora de matemáticas. La matemática cumplió con el ciclo amoroso típico de la época, el cual consiste en un cortejo remilgado seguido por el sexo, acto que mata toda infatuación con su culminación. El caso de Rebeca terminó con un alejamiento que fue tan repentino como fue absoluto. Los escapes amorosos, los planes a largo plazo pronto se reemplazan con números de teléfono bloqueados y un distanciamiento total. Roma trata de dar seguimiento a sus encuentros idílicos, un error masculino común en una era en la “…que las mujeres de la clase media saben poco de piropos y mucho de leyes” (Dorantes 37) en un país donde la orden de alejamiento está a la orden del día y precede al dialogo que porta cada vez menor importancia en las relaciones interpersonales.

Como todo hombre respetable en estado prolongado de sobriedad, Roma opta por continuar el consumo del veneno amargo que mejor conoce: el amor. En cuestión de días se percata de la rubia treintona que vive en el edificio de enfrente dando rienda suelta al comienzo de un nuevo ciclo de obsesión. Al igual que un cazador le sigue los pasos a Christine, aprende desde una distancia razonable la rutina de la rubia para poner en marcha un plan de conquista. Roma se percata que la vecina tiene plantas en su apartamento y decide regalarle flores. Ella las recibe sin decir nada y mientras él procede a rumiar sobre el incidente. El protagonista observa desde su ventana a la vecina para ver si hace algo con las flores, ya sea tirarlas o ponerlas cerca de la ventana, reciprocando el gesto. La observación se vuelve rutina hasta que un día una compañía de mudanza deja las flores y se lleva a Christine junto con sus pertenencias. Ella deja una nota que le llena el corazón a Roma de esperanza, él no la puede ver a simple vista así que obtiene un catalejo donde él descifra justamente cuanta importancia sentía la rubia por él con el mensaje, “Watch out for the Roaches” (Dorantes 49). El amor de lejos es amor de pendejos, aunque la distancia no rebase unos cuantos metros.

La decepción de Roma lo obliga a reflexionar más sobre su ser y tocar fondo. La denegación de su soledad lo traslada a un atentado a conectarse nuevamente con su entorno. No es únicamente una víctima de sus tiempos; también abandona a sus amistades para atender sus intereses egocéntricos mal logrados, propagando el desamparo propio y el de aquellos que lo rodean. Bob le cuenta a Roma sobre el Behemot que lo atormenta desde el interior de su pequeño apartamento. Cosa que el letrado ignora para continuar siguiendo faldas. El clarinetista alucina la presencia del caballo de río, monstruo bíblico grande y poderoso. Roma no le presta atención y lo califica de loco (Dorantes 39). En cambio, Jeff comprende la alegoría de su compañero musical. Al purgar el monstruo interno, “el clarinetista es el que más se ha acercado a vivir sin problemas”. En la perdida de la cordura, él encuentra la sensatez, abandonado completamente la incomunicación que todos los inquilinos del edificio compartían a distancia.

En un mundo tan inhóspito es imposible encontrar y aún menos mantener un semblante del amor; la materia de inspiración del ser humano de antaño se ha convertido en un recuerdo cursi de algo que ya no existe. Si es que en algún momento existió. La plaga del nuevo milenio no es bubónica, ni mucho menos de sarampión, sino una melancolía perpetua. La ausencia de empatía es la práctica común en todos los niveles socioeconómicos. La apatía rige la existencia humana de las últimas generaciones. A pesar de que el hombre está más conectado que nunca, exclamando el cierre de las brechas distanciarías, todos moriremos solos sin inquietarnos por el bienestar del prójimo. Un arrinconamiento total.

 

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Antonio Del Toro nació en Guadalajara. Trabaja como intérprete y traductor en Chicago. Gracias a un interés en tecnología y literatura, ha encontrado el teatro y su complejo proceso de producción. Otros intereses incluyen cine y técnica mixta.