Toledo en Chicago: genialidad y conciencia de un maestro

 
Serpientes, 2016, afelpado de agujas con fibras de lana natural y teñida con tintes naturales y aplicación de serpientes costuradas a mano. Foto: Cortesía

Toledo es tierra. Su obra nace con la explosión del Big Bang. Se aviva con el chirrido del saltamontes, el aguijonazo del escorpión, el movimiento perpetuo de la mosca y el polvo de un rinoceronte. Toledo teje y esculpe universos. No está amarrado a las formas ni a los medios. Lo mismo viaja con soltura a través de la gráfica y la pintura como por la escultura y el hilado. Crea con inocencia pueril y maestría inmemorial. La obra de Toledo es la extensión del ser que no se conforma con observar y crear. Es un hombre de quehacer humano. Sus creaciones no están marcadas por el tiempo. Son ética y canto, son idea y responsabilidad social.

En las postrimerías de 2016, se inauguró la exposición Hecho en Casa de Francisco Toledo en el Museo Nacional de Arte Mexicano de Chicago. La exhibición la conforman 22 piezas elaboradas en el estudio de fieltro CaSa (Centro de Arte San Agustín, en Oaxaca). Algunas de ellas son indiscutiblemente obras maestras y las otras no son menos maravillosas.

Surge una sensación de euforia estética ante el conjunto de trabajos que conforman Hecho en Casa. No de una obra en particular sino del conjunto: el todo. Todo lo que Toledo toca lo honra. Es el propósito y es la ejecución. Es el devenir político y humanitario. En Toledo no hay grito ni quejido. Se encuentra en la antípoda del panfleto. Es la revelación mística. La sublimación de la materia y el misterio impera en el paño, el tejido y el cuadro.

Toledo comienza a dibujar siendo un chiquillo. Estudia en el Taller Libre de Grabado de la Escuela de Diseño y Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes. Al cumplir 19 años exhibe por primera vez en las ciudades de México y Dallas. Un año después viaja a París. Se sabe que en el Louvre descubre el arte de los pueblos originales de Australia y de alguna manera lo influenciará. Asimismo en París descubre la entomología. Desde entonces una pléyade de insectos revolotean en el imaginario del opus del maestro. Asimismo, lo impresiona la corriente pictórica matérica, Jean Dubuffet y Antoni Tàpies, entre otros. Para entonces, Toledo comienza a hacer suyos los cuatro elementos. Los vuelve pintura y vasija. Recobra el terrenal baldío de su natal Juchitán, Oaxaca. Entre polvaredas y tolvaneras recoge recuerdos, leyendas, mitos, formas y texturas. Ahí germinan los matices de su paleta. Concibe zoologías. Exalta el erotismo. Se reinventa leyendo libros y mirando catálogos de arte. De la tierra extrae vivencias y el artista se transmuta. Se mimetiza y se monotiza. Su natal Oaxaca está en él y Toledo es Oaxaca. La universalidad de Francisco Toledo está contenida en un puñado de polvo cósmico oaxaqueño.

Su arte transparenta honestidad y entusiasmo humanista. Es un ser desprendido. Con el transcurrir de los años aprendió a observar de adentro hacia fuera y su mundo exterior no terminó en enajenación. De ahí que Toledo haya evitado caer en la trampa egocéntrica del éxito. Con las utilidades ha encabezado la fundación de academias de arte, bibliotecas, museos, talleres, y su compromiso político con los más desfavorecidos no es de trascendencia menor. Francisco Toledo ha forjado un lenguaje estético y su voz habla por aquellos a los que se les ha negado la palabra. Habla la totalidad de su persona: habla a través de su labor creativa y social.


Rinocerontes, 2014, fieltro cortado y grabado a láser. Foto: El BeiSMan

Pero, ¿qué nos dicen las piezas de Hecho en Casa exhibidas en Chicago?

Nos dicen, por ejemplo, que Toledo es un artista lúdico de curiosidad pueril. Le cautiva experimentar con técnicas y materiales. Emplea métodos antiquísimos y procesos tecnológicos de avanzada para elaborar sus piezas de fieltro industrial o tejidas con mica mineral e hilos de cobre, grafito y lana. Tiñe con sustancias naturales, teje a mano y emplea el láser para grabar. Tradición e innovación se complementan en la misma superficie.

Decía el filósofo Emil Cioran que bastaba que uno imaginara las cosas para que existieran. Esa premisa rige el mundo del creador. El artista deviene en demiurgo y crea otros universos. Sabe que a través de la creación artística un mundo mejor es posible. No es negación de la realidad ni abnegación de la cordura. El arte se convierte en un punto intermedio entre el mundo real, la fantasía, el misterio y la mística. Se crean y se recrean universos paralelos en distintos planos de la obra artística.

En Rinocerontes, 2014, Toledo crea una pareja de rinocerontes copulando a partir de un grabado en madera de Albrecht Dürer. The Rhinoceros, 1515, de Dürer surge a partir de una descripción escrita a partir del sketch que dibujara un artista anónimo de un rinoceronte de la India que había sido llevado como regalo al rey de Portugal, Manuel I, en 1515. El maestro alemán crea una imagen a partir de la interpretación de otra imagen. La representación del animal se asemeja a un acorazado melancólico de piel plomiza. La destreza del grabador es encomiable. La fidelidad de la idea original se ha extraviado. Solo queda un eco de líneas y una resonancia de evocaciones. En el siglo XVI Dürer se maravilló ante el mamífero de armadura medieval ya que no se había visto uno en Europa desde tiempos del Imperio Romano. Ahora Toledo le ha dado una vuelta de tuerca al grabado original. Con fieltro cortado y grabado a láser, el maestro juchiteco nos hace notar que el rinoceronte pertenece a una especie en vías de extinción. El hombre no se conforma con ser el lobo del hombre sino que también de otras especies. No obstante, los Rinocerontes de Toledo, son tratados con humor, y ante la extinción ineludible los ha puesto a copular. Dos acorazados preciosamente grabados nos llevan a la hilaridad y la contemplación.



Retrato de mi madre I, 2013, tejido de lámina de cobre, mica mineral, carretes de madera e hilo de cobre sobre madera. Foto: El BeiSMan

Las piezas de Hecho en Casa rozan en la cabalidad. Proponen una historia con interpretaciones múltiples. Son piezas ejecutadas inmaculadamente. Toledo experimenta y evade fórmulas. Con sus manos burila, cincela, dibuja, esculpe, hila, pinta, talla, teje… Es un artesano en toda la extensión de la palabra. Además del arte culinario, Oaxaca es reconocida por la diversidad de sus textiles y complejidad de sus bordados. Con Retrato de mi madre I y II Toledo rinde un homenaje a Florencia Margarita Toledo Nolasco. El maestro evoca a su mamá a través de la reproducción de accesorios necesarios para lograr un bordado en relieve: un aro, tela, agujas, botones, carretes, tijeras. Las obras son como muñecas rusas donde un concepto contiene otro concepto dentro de otro concepto ad infinitum. El homenaje se asemeja a un mosaico romano elaborado con teselas cobrizas y también se asemeja a los bordados tradicionales oaxaqueños. En el Retrato está el quehacer de doña Florencia, pero también el de muchas tejedoras, el de muchas madres. Honra la tradición y honra la ejecución minuciosa del arte del bordado. La obra de Toledo no solo reafirma el quehacer de su madre sino que discurre libremente entrelazando formas e ideas de un siglo y de otro. De la relación íntima del artista reivindica el rol creador de la madre, pero además enaltece sus vínculos con el mundo. Su madre es la mujer: dadora de vida y bienhechora de la especie.

Toledo razona, crea y obra consecuentemente. Con sus actos nos invita a no consentir la injusticia. Afirma la vida y su voz se acopla a la de los padres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Pugna por el respeto a los derechos humanos de las comunidades originales y enarbola la preservación arquitectónica de Oaxaca. Condena la modificación genética y nos alerta del prominente desastre ecológico. Toledo no solo resiste con discursos retóricos sino que con su obrar brinda una esperanza. Es verbo y acción. Propone un modelo alternativo donde el ego y la concupiscencia no sean la columna del capitalismo salvaje dominante.



Francisco Toledo en el Museo Nacional de Arte Mexicano en Chicago. Foto: Cortesía

Francisco Toledo: Hecho en Casa en el Museo Nacional de Arte Mexicano.

Franky Piña ha sido cofundador de varias revistas literarias en Chicago: Fe de erratas, zorros y erizos, Tropel y Contratiempo. Es coautor del libro Rudy Lozano: His Life, His People (Workshop in Community Studies, 1991). Un cuento de Piña fue publicado en la antología Se habla español: Voces latinas en USA (Alfaguara, 2000) y Voces en el viento: Nuevas ficciones desde Chicago (Esperante, 1999). Es editor de los catálogos de arte: Marcos Raya: Fetishizing the Imaginary (2004), The Art of Gabriel Villa (2007), René Arceo: Between the Instinctive and the Rational (2010), Alfonso Piloto Nieves Ruiz: Sculpture (El BeiSMan PrESs, 2014) y Barberena: Master Prints (El BeiSMan PrESs, 2016). Piña es director editorial de El BeiSMan.