La herencia de Octavio Paz

 

Ya mataron a la perra
pero quedan los perritos
Canción popular citada por Juan Rulfo

El hecho de que los periodistas, los intelectuales y los escritores mexicanos seamos tan serviles ante el Poder, es en mucho responsabilidad de Octavio Paz. Veamos por qué.

Según las noticias del 3 de octubre de 1968, Paz renunciaba a su puesto de embajador en la India como protesta ante la matanza perpetrada por el gobierno de México en Tlatelolco. Cuando al presidente de aquel entonces se le preguntó sobre dicha renuncia; Gustavo Díaz Ordaz respondió con su sonrisa de burro alegre: Ése nunca renuncia. Y era cierto; Paz nunca renunció: seguía recibiendo su salario de embajador y gozando de los privilegios internacionales de ser diplomático.

Veinte años después, en julio de 1988, en dos artículos publicados en La Jornada, defendió a capa y espada, no el triunfo de Carlos Salinas de Gortari, sino el fraude que la maquinaria del PRI había llevado a cabo, y les decía a Cuauhtémoc Cárdenas y a Manuel Clouthier que dejaran de comportarse como niños berrinchudos, que aceptaran la imposición de Salinas, que de los males era el menor.

El asesinato de cardenistas por parte del Salinato empezó desde la noche del fraude (incluso Clouthier murió en un accidente de carretera muy sospecho que nunca se investigó), y ya se habían rebasado los cien muertos cuando Paz, a través de su revista Vuelta, convocó al encuentro El siglo XX: la experiencia de la libertad. Todo mundo se hubiese tragado la idea de que México era el paradigma para Latinoamérica de la libertad política, pero los atisbos críticos que aún deambulaban en el cerebro de Mario Vargas Llosa lo llevaron a definir al Estado mexicano como la “dictadura perfecta”; definición que le dio luz a Enrique Krauze para intentar hablar de su “dictablanda”. Pero Paz los paró en seco a los dos y su ceguera no le permitió ver que sus dos discípulos hacían referencia a su gran metáfora del Ogro Filantrópico, al que por cierto Salinas de Gortari tenía el propósito de volver un Ogro a secas.

De ese encuentro de la libertad, lo único que quedó en la memoria mexicana fue la anécdota que acabo de contar.

Otro acto vergonzoso de Paz también quedó registrado en el diario La Jornada, en los primeros días de 1994, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se levantó en armas. Esta mente, considerada por muchos la más clara y la más libre de México, exigió que el Ejército Mexicano (el mismo que masacró a cientos de civiles en el 68) fuera a parar a esos revoltosos; claro, señalaba Paz en el artículo, respetando siempre los derechos humanos.

En su último lustro de vida, Paz se volvió el embajador plenipotenciario de Salinas de Gortari; en todas las plataformas internacionales en las que estuvo, hizo referencia a la modernidad económica instaurada en México por él, que tarde o temprano veríamos sus grandes frutos.

El gran fruto de la vida intelectual de Octavio Paz es el cinismo y la desfachatez del grueso de los escritores mexicanos con cierta fama. Por culpa de Paz, ser un arrastrado y un arrogante a la vez es “nice”, es “cool”; por culpa de Paz la gran mayoría de los que escribimos soñamos con ser incluidos en las dos revistas mexicanas más frívolas y a-críticas de México: Letras Libres y Nexos.

 

Febronio Zatarain. Ganador del Premio Latinoamericano de Poesía transgresora 2015. Su libro más reciente es Veinte canciones en desamor y un poema sosegado. Coordina el taller literario de la revistaContratiempo en Chicago.