De vuelta a la Tierra. Foto: Alma Domínguez
Ya son más de 10 años desde que los inmigrantes salieron de forma masiva a manifestarse. Lo hicieron a nivel nacional a expresar su descontento por las políticas migratorias de Estados Unidos. Pareciera que la historia se repite y nosotros “Volvimos a salir”. Un buen número de ciudades se unió a la propuesta de llamar a un “Día sin inmigrantes”, el 16 de febrero, y muchos comercios respondieron al llamado de la comunidad inmigrante.
Pero no, no fue lo mismo. Sin embargo, esta vez era más importante que la comunidad se despertara del trance de vivir en esta eterna promesa política: el anhelo de que algún día seremos ciudadanos de Estados Unidos. Y es más importante porque el peligro es mayor. Ahora no se trata del congresista Sensebrenner queriendo criminalizar a los inmigrantes sino del presidente Donald Trump, quien ha comenzado a cumplir sus promesas electorales de odio, segregación y racismo.
Las diferencias son dignas de comentar, analizar e incluso tratar de entender. En primera instancia, el llamado fue orgánico. Algunas ciudades contaron con solo algunos días de preparación. La idea empezó en algún lugar del país y empezó a difundirse como pólvora entre las organziaciones y grupos que trabajan con los inmigrantes. No hubo un comité organizador ni una dirección central ni grandes estructuras u organizaciones que hicieran un llamado nacional. Lo que hubo fue una idea concreta y los individuos organizándose alrededor de ella.
Los medios sociales fueron los promotores principales de la idea. No hubo gastos de promoción. La idea se esparció solita a través del internet. Y aunque muchas veces este tipo de ideas se presentan en las redes sociales, no se toman en cuenta. Pero esta vez, al parecer, la idea se entendió y se concretizó en las calles.
En algunas ciudades, inclusive, surgieron nuevas organizaciones que desde estos días trabajan en favor de los inmigrantes y todo a partir de esta propuesta.
Los políticos, en su mayoría, estuvieron ausentes. Al no haber organizadores no fueron invitados. Ésta fue una protesta de la comunidad. Hubo una excepción cuando un par de ellos aparecieron al frente de la marcha y de inmediato fueron removidos. Continuaron en la marcha, pero se sumarona al grueso de los manifestantes. Este acto fue una especie de asamblea donde la comunidad determinó qué hacer.
Los números fueron muy menores a las marchas de 2006; sin embargo, eran miles. La mayoría de ellos no pertenecía a ninguna organización ni estaban organizados políticamente. Fue simplemente la intuición social que los llevó a reunirse para volver a encontrarse.
Los asistentes, en su mayoría, eran familias, niños, trabajadores, gente común que esta vez vencieron la indiferencia y se expresaron fluidamente en términos que en ocasiones resultan complejos. Comprenden su situación migratoria o la de sus padres y amigos. Asimismo comprenden el riesgo en el que se encuentran de ser acosados o deportados. Entienden lo que significa Trump y su agenda fascista. Bien sabían que esta vez no marcharon para pedir papeles sino para resistir y protegerse. Entienden que debe haber una línea muy clara entre los políticos electos y la lucha por la justicia social-migratoria. También entienden que el gobierno mexicano tiene culpa porque al final el fenómeno migratorio involucra a dos países. Finalmente, entienden que no se puede vivir eternamente con miedo.
Construyendo puentes en la comunidad inmigrante. Foto: Héctor E. Barrón
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Manuel Revueltas. Promotor por los derechos de los mexicanos en México y Estados Unidos e impulsor de proyectos sociales y culturales. Vive en Chicago.