Sistemas que colapsan sobre sistemas:
¿Catástrofe nacional o renovación en ciernes?
Imagen sustraída de un vídeo del terremoto del 19 de septiembre de 2017.
A tres años de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, desde esta esquina del mundo, me niego a caer en la tentación de enfocarme sólo en el hecho noticioso como unidad en una secuencia de sucesos que me indignan efímeramente, mientras desplazo el dedo índice sobre la pantalla del celular y nuevos heraldos van surgiendo en el horizonte mediático. Ese amargo 26 de septiembre convirtió 43 nombres en emblema de las desapariciones forzadas en México. El mundo entero exigió una respuesta que sigue en puntos suspensivos. De la misma manera, hemos visto a las feministas levantarse ante el desbordado número de feminicidios en el país y más allá. Al norte y al sur del Bravo, vivimos una guerra mediática y una violencia estructural cuya destrucción del tejido social aún no terminamos de visualizar. Como si fuera poco, la devastación que han dejado a su paso sismos y huracanes llegó para romper con nuestras inercias cotidianas. Enardece que el ejército siquiera pretenda pasar máquinas de trascabo donde hay gente viva, la clara finalidad de desmovilizar la organización colectiva. Sorprende ingratamente la facilidad con que se ha derrumbado la normalidad que dábamos por sentada.
El panorama es postapocalíptico. Sin duda estamos haciendo las cosas muy mal, pero ¿no es cuando tocamos fondo la mejor ocasión para hacer cambios trascendentes? La situación obliga a recordar y observar desde un espectro más amplio los sistemas entrelazados que nos unen con el todo y que están colapsando uno sobre otro. Útil sería preguntarnos hasta qué punto, como individuos y como nación, nos hemos rehusado a aprender de nuestros errores. Hace falta descubrir nuestra sombra, nuestras negaciones, derrotas no elaboradas, renuencias al cambio y características entrañables de la cultura que operan en franco detrimento del bienestar propio y colectivo. Evidentemente, la “democracia” representativa y su sistema de partidos nació muerta y hoy hiede como nunca, este modelo civilizatorio nos hace cada día más vulnerables y la renovación del machismo está cobrando factura por triplicado.
A la luz del presente, veo con claridad el siniestro anuncio que representaron los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez cuando yo era aún pequeña para hacer otra cosa que ver y no entender por qué. Esos feminicidios que otrora nos arrancaron a mujeres pobres que salían de trabajar de la maquila, ahora arrebatan sin recato las vidas de Mara Castilla, Lesvy Osorio, Paola y hasta la de esposas de altos funcionarios y empresarios como Emma Gabriela Molina Canto. La podredumbre ya carcomió la fruta entera, pero cuando el problema se sentía distante de las clases medias y altas, preponderó la indiferencia.
Desde esa óptica, la desaparición de los 43 es otro agravio en una serie de ataques arteros del Estado y una derrota más de los esfuerzos populares por lograr cambios. Representa un eco de la matanza de Tlatelolco, del destino de Lucio Cabañas y Genaro Vásquez. Esos muchachos fueron víctimas de la guerra en PRO del narco que organizó, con funcionalismo empresarial, la extorsión, el terror, las violaciones, la explotación de los “recursos” naturales y humanos, que quintuplicó la producción de heroína producida en la costa del Pacífico y militarizó las calles del país. Ellos son el doloroso ejemplo de lo que sucede a jóvenes extraordinarios quienes, a pesar de las limitaciones, se lanzan a la conquista del conocimiento para seguir educando a sus comunidades y así le pisan los callos al poder porque no son esos que trabajan para la delincuencia organizada. La mayoría de estos chicos son carne de cañón, quizá la diferencia fuese que los segundos nunca tuvieron la oportunidad de detenerse a reflexionar.
Por otro lado, ¿quiénes comparten la responsabilidad de lo sucedido amén del Estado, el ejército y la policía?; ¿por qué se les envió a inmolarse a sabiendas de que era un momento delicado y peligroso?; ¿cuáles han sido los efectos de la mediatización del atentado?; ¿quiénes se han beneficiado de la misma?; ¿cómo aquellxs inconformes y oponentes al régimen ultracapitalista hemos articulado, o no, alternativas efectivas y canalizado este tipo de experiencias atroces?; ¿todavía tiene sentido promover discursos que instan a morir por una causa?
En síntesis, me pregunto si este escenario distópico es una catástrofe nacional o el principio de una renovación radical. No termino de responderme. En busca de alguna pista me viene a la mente la prevalencia de narrativas fundacionales indígenas que hacen referencia a cataclismos que terminaron por sumergir, incinerar o derrumbar universos. Dichas historias ilustran cómo, cuando se ha perdido el balance en las relaciones sociales y con la tierra, sobrevienen épocas de destrucción y duro aprendizaje; al unísono, esa devastación es siempre la puerta a la recreación interior y exterior.
Existe, por ejemplo, la noción andina del Pachakuti: el alrevesamiento del mundo derivado de la experiencia conquistadora y colonial. Silvia Rivera Cusicanqui se refiere a este concepto como un momento de revuelta o vuelco espacio-tiempo, con el que se inauguran largos ciclos de catástrofe o renovación del cosmos. Al norte de América, lxs nishnaabeg de la región de los Grandes Lagos hablan de una gran inundación en la que todos los animales quedaron flotando sobre troncos en una inmensa masa acuosa. Sólo bajando al fondo de esa oscura mar y trayendo un puñado de tierra podrían comenzar a reconstruir el mundo, una tarea que logró una ratita disidente que no se dio por vencida hasta llevar ese terruño a la superficie. Le costó la vida, mas lograda parte de la hazaña, la tortuga ofreció su caparazón para que ahí yaciera la tierra. Los animales danzaron a su alrededor en la dirección de las manecillas del reloj creando un vórtice energético que trajo nuestro continente a la existencia.
De forma inmediata podemos extrapolar estas enseñanzas. Tanta muerte no puede ser en vano. La repetición de la fecha del sismo del 85 cimbra. Coincido con la visión indígena de la historia como espiral ascendente, se vuelve a disyuntivas similares, pero no es igual, hemos acumulado un acervo de conocimientos y experiencias que nos permitirán responder de manera distinta, probablemente más asertiva, a los desafíos que nos plantea la transformación del status quo. Esta mañana recibí señales de humo de la Gran Chichimeca, un viejo amigo me decía que México, ante la adversidad, está dando el ejemplo de que el pueblo como país es grande, y yo coincido con él. Considero que la solidaridad, la organización y la lucha de miles de mexicanxs que ahora mismo están levantando al país de los escombros son la metáfora más poderosa y esperanzadora que tenemos como nación; como pueblo cuyo punto fundacional fue la masacre conquistadora, como multitud que ha sido derrotada una y mil veces en su intento por buscar justicia y libertad y que, a pesar de los pesares, sigue saliendo a quite para admiración de propios y extraños.
Referencias bibliográficas:
González Rodríguez, Sergio (2015); Los 43 de Iguala, Editorial Anagrama, México
Reveles, José (2015); Échale la culpa a la heroína. De Iguala a Chicago, Editorial Grijalbo, México.
Rivera Cusicanqui, Silvia (2010); Ch´ixinakax utxiwa. Una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores, Tinta Limón Ediciones, Argentina. Pág. 22
Simpson, Lianne (2011); Dancing on Our Turtles Back: Stories of Nishnaabeg Re-Creation, Resurgence, and a New Emergence, ARP, Canadá
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Sol Guerra es aprendiz de todo y oficial de nada. Nació en los ochenta en la Gran México Tesmogtitlán y creció en tierras otomíes-chichimecas. Eligió la antropología como estilo de vida, la mediación lingüística como profesión, el feminismo como ética política; la poesía es su pasión. El espíritu polifacético y trashumante de sus ancestres la ha instado a viajar por territorios insospechados y las crisis económicas, a ejercer diversos oficios. De últimas, el viento la trajo a tierras gabachas, donde trabaja con la comunidad inmigrante mexicana.