Chavela, serafín y demonio

 

Una vivencia textual del documental Chavela de Catherine Gund y Daresha Hyi. 

Chavela Vargas es la voz del dolor y la liberación. Es la voz de lxs sin voz, de aquellas y aquellos que no encajan en la sociedad mexicana, tan vintage y contradictoria hasta la histeria; una sociedad que abraza la homofobia, pero adora al divo de Juárez. Su voz transgresora y desgarradora nace en las vísceras, surge del coraje, lleva a la autodestrucción y genera esperanza. Voz áspera, conversada, de querubín desencantado; lo mismo canta al amor que al desamor. 

Chavela interpreta mejor que nadie a José Alfredo Jiménez, ese otro poeta, filósofo y connoisseur de la condición humana. Ambos caminos se intersectan en la música, la desesperanza, el tequila y el arte. Amigos de parranda etílica y existencial; solo el aguardiente y las guitarras logran mitigar su desasosiego. Beben de sol a sol, emborrachan el alma y del tormento florece la poesía. En el pico de la botella bailan serafines y demonios.

Chavela se pone los pantalones, se envuelve en un gabán carmesí y desde el escenario, se rebela contra la sociedad patriarcal, lucha contra el machismo y el clasismo. Renuncia a la crinolina, los vestidos de encaje, los tacones y los ajuares, a una feminidad construida por el patriarcado. No exenta de contradicciones, se convierte en el macho más macho de entre todos los machos del ambiente de música vernácula. Lo hace para sobrevivir en un mundo hostil contra la mujer y más contra la mujer liberada: esa que rompe tabúes y abre espacios a la comunidad homosexual. Sí, se rebela y en el escenario libera su identidad de género. Le da rienda suelta a su sexualidad detrás de telones y cortinas. Vive al filo, entre la euforia y la muerte, y en cada amanecer encuentra el paraíso perdido en las simples cosas, pero vive en un mundo raro y lucha a contracorriente para sobrevivir. 

Chavela es poema, ardor mundano, verso delirante, eros desenfrenado. En un rincón del alma deviene en paloma negra y devora toda vulva que la cautiva. Enamorada le canta sin reservas a María tepozteca linda, de pezón erecto, de zapote prieto, ojos de obsidiana, te parió tu madre tepalcate eterno, luna tepozteca, te pintó tu cuerpo con deseos nuevos. Y en las madrugadas te mojas los muslos con el agua mansa de tus arroyuelos

Chavela incomoda con su libertad la moral imperante que reza y se da golpes de pecho. En un arranque de celos, los titiriteros del poder estampan la letra escarlata en su sarape. Ante el temor de que les baje a sus mujeres, la marginan y condenan al ostracismo. Ella se aferra al cuello de la botella y en el último trago se destierra y parte a Tepotzotlán. Cae en la miseria, pero su espíritu no se apaga. Toca fondo, pero se dedica a brindar con extraños. Entre albañiles y marchantes comparte esa tristeza suya, ese dolor tan grande que lleva profundo, que la dejó sola en el mundo. 

Después de una década, Chavela vuelve a ser amor apasionado, alborotado por volver, y vuelve. Reaparece en El Hábito, el cabaret de las sacerdotisas feministas Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe. Ahí, se levanta de las cenizas y retoma el vuelo. Regresa arrastrando su voz, pronunciando silencios, matizando el espíritu. En plena senectud, abraza la vida; asiente su soledad; observa el tormento del alma y ya sin rencor lo vuelve arte: energía espiritual. Ahora sí, espera la muerte y la busca en España. Pero la muerte no cumple caprichos. En México la espera Mictlantecuhtli, el señor del inframundo. Ahí, Chavela Vargas se reconcilia con su pasado, y parte: 

Uno se despide 
Insensiblemente de pequeñas cosas

Lo mismo que un árbol 
Que en tiempo de otoño se queda sin hojas

Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas 
Esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida 
Y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas

Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso 
Que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo.

  

Franky Piña es gestora cultural, activista por los derechos de la comunidad transgénero, escritora apasionada del arte y directora editorial en El BeiSMan. En Chicago, cofunda revistas literarias como Fe de erratas, zorros y erizos, Tropel Contratiempo. Es coautora del libro Rudy Lozano: His Life, His People (1991). Participó en la antología Se habla español: Voces latinas en USA (2000) y Voces en el viento: Nuevas ficciones desde Chicago (1999). Editó los catálogos de arte: Marcos Raya: Fetishizing the Imaginary (2004), The Art of Gabriel Villa (2007), René Arceo: Between the Instinctive and the Rational (2010), Alfonso Piloto Nieves Ruiz: Sculpture (2014), Barberena: Master Prints (2016) y Raya: The Fetish of Pain (2017). Actualmente, Piña es copartícipe de La Proyecta: Visibilidad a las desparramadas y sujetas trascendentes de la historia, un espacio de experimentación escritural que exhibe y propulsa el trabajo de las mujeres en el arte, la cultura y la política.