Maurizio Cattelan: America.
Los discursos no evolucionan según un orden de complejidad sino que en todo caso se ramifican, se expanden, colisionan con otros, o bien se redistribuyen bajo distintos ordenamientos y agrupaciones conforme a los relacionamientos del poder que sirven.
—Michel Foucault
Descubrir los hilos finos que tejen un objeto estético exige la percepción y sensibilidad; es tener los ojos abiertos a la complejidad de un mundo en que logras distanciarte, en un acto de lucidez (Lucien Goldmann, 1968) y cuyo resultado trasciende la sola disquisición de lo que es o no el arte, a lecturas más profundas que calan en la profundidad de individuos y comunidades. Así, el crítico habita las obras, dando un salto que pocos se atreven, sean profesionales o no.
Hoy en día, mientras la mayoría de los lectores se mantiene en la zona de confort que le ofrecen las imágenes hipnóticas de la publicidad, el crítico asume observar delicadamente la relación del objeto valorado con el mundo; rastrea estéticamente sus referentes en diálogo con la sociedad, los individuos y la cultura, para luego ofrecerlo al público.
Elementos de la creación artística, discursos filosóficos, elementos del pacto autobiográfico, las relaciones con la historia como gran relato de la humanidad, las cartografías de lugares imaginados y probables, los juegos del lenguaje que se reproducen en una poiesis constante, el sinnúmero de subjetividades e intersubjetividades que surgen como respuesta a las formas de dominio político —véase lo que ocurre con fenómenos como el Me Too, Times Up y dreamers, entre muchos otros—, claves de una semiótica de revuelta, pulsión convertida en perdón como interpretación de la vida personal o social, todos constituyen niveles de análisis posibles en la experiencia de quien asume la crítica como evaluación del mundo.
Ante tanta riqueza interpretativa, la crítica puede surgir para evaluar fuentes diversas; por ejemplo, puede nacer de la reflexión sobre las formas clásicas en una galería, recorrer un museo, contemplar la belleza de la música, sorprenderse en el cine, habitar un libro, hasta observar el grafiti de cualquier callejón de la ciudad o el retrete de oro que la directora del Museo de Guggenheim (Villa Bilbao, España) le ofreció en préstamo al presidente Donald Trump, para criticar sus excesos de opulencia.
La crítica pone en forma cómo una obra de arte puede erigirse en un sistema de valores completamente probable como posible. Tanto Nancy Spector,directora del Museo de Guggenheim —como un sinnúmero de críticos—, coinciden en que América, como se titula la obra de arte del artista conceptual Maurizio Cattelana, evidencia la vanidad de un sistema desigual e injusto. De hecho, el retrete de oro –últimamente tan popular– bien nos recuerda la natural condición humana; ante ello, cualquier diferencia es ilusoria; qué sea de oro o no es trivial.
Ahora bien, la obligación de que la obra misma se distancie o no de lo social y político es una de las evaluaciones que el crítico puede efectuar, detectando en ocasiones el renacimiento de las ideas del pasado, de las estrategias discursivas que alguna vez aparecieron como un discurso hegemónico y que hoy pueden ser motivo de resignificación. La conexión con las tendencias contemporáneas en el diálogo con la ciencia, la política, la experiencia mística o el simple derecho a la libre expresión, entre otras, son manifestaciones igualmente del espíritu crítico.
Como el artista mismo, un crítico traza líneas invisibles para construir su discurso respecto a una obra que parezca o sea una completa novedad o la nueva versión de un clásico. Veamos, por ejemplo, como las formas de asumirse en el mundo griego como el discurso trágico son susceptibles de reaparecer años más tarde —recuérdese el caso de los jansenistas como explica Goldmann—. Otro ejemplo es el surgimiento de nacionalismos que parecían haber desaparecido, justamente por casos como el de Alemania en la primera parte del siglo XX y que hoy renacen peligrosamente; véase el caso de Estados Unidos, con todo la paradoja de ser un país de migrantes.
Ahora bien, una obra de arte se convierte en todo un objeto autónomo que conmueve, seduce y que puede acertar o fallar en el intento. Vale dejarse atrapar para contemplar su mundo o dar tiempo a que la obra consiga su propio público y ver su aceptación por parte de espectadores. Lo cierto es que identificar las rupturas, superaciones o continuidades discursivas está en las manos del crítico. Este esfuerzo puede ayudar un poco en ese “abrir los ojos” sobre un producto cultural y su intencionalidad respecto al discurso del poder.
En un mundo que nos satura con “novedades”, el crítico es la voz que grita en el desierto y plantea rutas para la interpretación. Hay que decirlo, el crítico puede incluso trazar caminos para el perdón de la obra o del pasado, interpretarla en un acto de amor (Kristeva, 2001). Se trata de un acto de comprensión en que habitamos el arte, exhortamos, nos cuestionamos, al tiempo que el arte nos alienta a que el juicio sea más que una sentencia personal condenatoria de lo social o individual.
Y, ¿qué se puede decir de nuevo cuando hoy todo lo dice google? Si el arte es finalmente resultado humano único que refracta la experiencia, dígase los hechos, recuerdos, el saber, los sentidos, las emociones, sentimientos, entre otros, se espera que la crítica sea igualmente humana, humanizadora y única; un diálogo con la cultura y la sociedad en sus múltiples dimensiones; un quehacer interdisciplinario que lanza al lector a reconocer las relaciones del objeto estético, al punto que sea posible reclamar una relación entre la postura política del artista y su obra.
El llamado hoy es aproximarnos a los discursos —dígase sistemas de valores— que la obra pone en forma, según su lugar enunciación respecto a estructuras del poder, a las que se adhiere o de las que toma distancia. Así, la crítica como interpretación puede conducir a una poiesis ad infinitum en variadas formas de intertextualidad. Por ejemplo, la valoración de una obra literaria puede bien devenir en una producción documental, una pieza musical, entre otras formas del arte, dando cabida a la aparición de las voces de los otros y a nuevos objetos de la cultura. Incluso, la evaluación de una obra de arte puede reconocer las voces que la crítica tradicional ha dejado de lado; esas voces que se hayan fuera de la Historia como gran relato. El arte y la crítica dan espacio a que los otros —los dominados— cuenten su versión.
Las evaluaciones del crítico dan lugar a la sensibilidad respecto a la expresión estética —la lucidez o la ceguera— sobre la cultura como una estructura, obligando hoy a explorar terrenos complejos, en un ejercicio que supera la forma y excava en sus profundidades sociales e individuales, una arqueología para ser precisos. Tal consciencia de las obras se espera repercuta en transformaciones y construcciones sociales concretas del siglo XXI, nuevas comunidades y una verdadera sociocrítica.
Bibliografía
Albano, S. (2006). Arqueología del Psicoanálisis. Una genealogía del discurso Freudiano. Buenos Aires: Quadrata.
Bajtin, M.(1986). Problemas literarios y estéticos. Ciudad de la Habana: Arte y Literatura.
Elias, N. (1994). El Proceso de Civilización. Investigaciones Sociogenéticas y Psicogenéticas. México: Fondo de Cultura Económica.
Galeano, E. (2015). Las venas abiertas de América Latina. México: Siglo veintiuno editores.
Goldmann, L. (1968). El hombre y lo absoluto. (El dios oculto). Barcelona: Península.
Kristeva, J. (2001). La Revuelta Íntima. Literatura y Psicoanálisis. Buenos Aires: EUDEBA
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Adriana Constanza Cuevas Arias. Nacida en Bogotá el 28 de abril de 1982, egresada de la Universidad Pedagógica Nacional del programa de español e inglés. Terminó sus estudios de maestría en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo. Ganadora del Concurso Nacional de Poesía por el Bicentenario de la Independencia, organizado por la Universidad Central (Bogotá, Colombia, 2010). En los últimos años se ha dedicado a la investigación y la docencia universitaria en lingüística, comunicación y crítica literaria.