El extraño caso de Camazotz (parte tres)


¿Camazotz en la estación Jackson? Foto: Getty Images

 

Motivado por el caso Camazotz y la imagen del personaje, hecha a lápiz por Alma Domínguez y publicada en junio por El BeiSMan, me llamó el historiador y músico Louis Montenegro. Me aseguró haber visto a Camazotz en la estación Jackson del servicio de trenes, que era humano, con rasgos que tiraban más a cerdo que a murciélago. Había certeza en la voz de Louis, y sin chistar le pedí que nos viéramos el viernes ocho del mismo mes.

—Los viernes en la noche toco mi guitarra en la Granville, de la Línea Roja.

Estuve puntual, incluso alegre por los jóvenes usuarios, que terminaban entre risas otra semana de clases, y por obtener nuevos datos del personaje más atractivo para la Policía de Chicago en los últimos meses. Colorful, dirían sus voceros.

—¿Cómo es Camazotz? —le pregunté a Louis casi a bocajarro.

—Como las estrellas solitarias.

—No te entiendo.

—Camazotz vino a Chicago a marcar el fin de una era —me dijo Montenegro—, la de la migración moderna. Así como en tiempos remotos cortó la cabeza del mítico Ixbalanqué, el Dios Murciélago ha vuelto para cortar de un tajo las olas migratorias que empezaron con los irlandeses y los italianos en el siglo XIX. Las que continuaron en el siglo XX con los mexicanos y los puertorriqueños. Obreros del metal, impresores, jardineros, babysitters…

—¿Y los centroamericanos? Ya no cruzan la frontera.

—Cuando en 2008 dejaron de venir los inmigrantes, comenzamos a ver el declive, ahora sí real, del neoliberalismo. La gente se hartó, y el sistemita ese ya no les ofreció una solución.

—¿De veras crees eso, Louis?

—No llega un dios a una metrópolis como Chicago sólo por diversión. Camazotz ha venido a mostrarnos la parte oscura de la economía y a curarnos de tantas heridas.

—¿De qué heridas hablas?

—La división del hombre en tres castas: los nativos, los wannabes y los que siguen sin papeles. Camazotz mismo fue deportado.

—Un soplón de la Oficina de Inmigración me dijo que se escapó del autobús antes de llegar a la frontera. Y que con él se fugaron cuatro inmigrantes más.

—Para los seres como Camazotz no existen las cárceles ni los muros. Así como crean su tiempo, también originan sus espacios.

—¿Y cómo sabes, Louis, que se trata de Camazotz?

—Hay cosas que se saben, Roma. Y te lo digo porque te lo digo.

—¿Le das rango de dios a un indocumentado?

—Los verdaderamente grandes han andado sin papeles —me dijo Louis en inglés, líneas que yo me veo en la obligación de traducir—. Son constelaciones que se mueven y cierran épocas y eras.

—¿Conociste a Camazotz?

—Yo toco mi guitarra los martes y los jueves en la estación Jackson del subway. Vi aquella sombra perderse en el túnel de las vías y pensé que era Xul, el hombre que me contagió de su gusto por la historia.

—Tengo entendido que Xul murió.

—Así es, en el 2003. El que se perdió en las vías era alguien como Xul, de esos que se mueven en otras dimensiones. Era sombra y cuerpo, más murciélago que persona, más vacío que materia, mutante, como los verdaderamente grandes. Repetía una palabra: eztli. Lo seguí por la orillita de las vías y salimos de la estación.

—¿Ibas solo?

—Creí que íbamos a bailar bajo la luz de la luna. Una danza que nos sacara de nosotros y del tiempo. Irnos lejos.

—Ah, practicas la danza.

—Desde octavo grado, Roma.

—¿Pudiste hablar con Camazotz?

—En la boca del viaducto le tomé una foto.

—Ah, también eres fotógrafo.

—Y dibujante. Yo esperaba fotografiar orejas y colmillos. Esperaba también que desplegara sus alas. Una sombra, Roma. Cuando vi la foto era una sombra.

—Me estás cuenteando, Louis.

—En inglés se llaman shape-shifters. En español, creo que naguales. Mi padre era de Michoacán y me explicó que hay personas con poderes de animal.

—Tal vez Camazotz, más que dios o nagual, era un simple pajarraco.

—¡Qué incrédulo eres, Roma!

Qué difícil comunicarse con Montenegro. Donde el trovador veía amarillo, yo miraba un color marrón. Me hablaba de un dios con alas y trompa de puerco y yo lo visualizaba como un paisa botudo y pelón.

—¿Tienes la foto, Louis?

—Pásame tu número y te la mando.

—Además de la foto, ¿te animas a dibujar al ser que viste? Quizás incluya el dibujo en mi reportaje.

—Con una condición.

—¿Cuál?

—De que me completes para mi botellita de Seagram’s 7.

—Trato hecho.

—Pásame papel y lápiz.

La entrevista con Montenegro ocurrió el mismo día que tuve acceso al expediente de Camazotz. A través del Freedom of Information Act, la Policía me permitió fotocopiar cincuenta folios. Pero la verdad es que borronearon las líneas primordiales. Sólo pude leer con claridad su nombre en Times Roman, y más abajo en otra fuente “sangre, inmigrante, eztli, eztli”.

Tan pronto recibí la foto de Louis, me puse a navegar en la Internet para ver si encontraba más información. Hallé una foto publicada por la agencia Getty, idéntica a la tomada por el historiador, tan iguales que me dio lo mismo publicar una u otra versión. Amable lector, he agregado también el retrato que hizo Louis del fugitivo Camazotz. Me importa un comino que en éste aparezca el dios con trompa de marrano; lo que sí me hace dudar de Montenegro es que no haya visto las orejas vampíricas del dios precolombino.

Como ya dije, la entrevista con Montenegro tomó lugar en la estación Granville de la Línea Roja. Eran ya las ocho y el encargado nos pidió que desalojáramos la entrada. Todavía le lancé a Louis una última pregunta.

—¿Has hablado con alguien más de Camazotz?

—Hay un periodista que me llamó. Se llama Roberto Rizzo. Un poco odioso el amigo.

Y apagué la grabadora.

 


El Camazotz de Louis Montenegro

 


El extraño caso de Camazotz (parte uno)
El extraño caso de Camazotz (parte dos)

R.Díaz: Estudió Arquitectura en su país natal. En Chicago se ha desempeñado como periodista freelance. Participó en el taller literario del poeta Mignolio. Como parte de su obra narrativa, aspira crear una ciudad literaria que lleve por nombre Los Encuentros.