La revista Contratiempo, en su versión impresa, fechada febrero 2006, número 33, le hizo un bello y emotivo homenaje a uno de sus escritores fundadores muertos: Ricardo Armijo. En su editorial Deshoras leemos: “Escribir sobre la amistad puede ser un desafío difícil desde el punto de vista técnico y también desde lo emocional. Porque es uno de esos temas, como el amor, donde las emociones están demasiado ligadas a la esencia misma del ser humano. […] Las páginas de este Deshoras van, pues, dedicadas a la memoria de Ricardo Armijo, escritor nicaragüense fallecido en Chicago en los primeros días del año. Nacido en 1959, fue ganador del premio John Barry Award for New Spanish Fiction from Chicago versión 2005. Constituyen una primera, breve exploración de esas emociones irreductibles que su muerte nos deja y una manera también de tenerlo todavía entre nosotros”. Allí leí su charla con César Romero.
El doctor Jochy Herrera, que quince días antes del repentino fallecimiento de Ricardo lo había acompañado “con vino y lucubraciones en una noche hermosa” incluyó en su texto un poema de Roberto Juarroz para abrazar a la compañera de Armijo, Carolina Cifuentes. Reproduzco las primeras líneas: “No. Hoy no quiero hablar de la muerte. / Quiero sencillamente decir algo / de un camino por debajo del agua, / de un ciego cuya ceguera crece / y de una mano callosa / en mi mano extrañamente desnuda.” Más adelante, Jochy escribió: “los párrafos siguientes podrían ser titulados Página en blanco, besos a Ricardo o simplemente Instrucciones para escribirle a un amigo desaparecido. He escogido, sin embargo, no hacer literatura sino recordar a mi hermano de una década y al amigo de todos ustedes”.
Bernardo Navia, también poeta, escritor chileno, devastado del sólo pensar en Carolina y sus niñitas, le escribe una carta a Ricardo en su páramo final. Un mexicano de Sinaloa, el poeta Febronio, se desliza con pasos muy cautelosos hasta la habitación de Armijo: “Te vi frente a tu computadora dormido y soñando para siempre. Pero eso tú no lo sabías, por eso creías que te habías despertado, te pusiste los zapatos y te abrigaste; ya era hora de iniciar con la vida que te habías propuesto para el 2006. Viste que había visitas y no te importó, dijiste que te ibas a caminar. Saliste y tomaste rumbo al este. Había niebla…” Otro poeta, otro caso perdido, el fiero León, el gran Leiva, recordó así a su Ricardo (reproduzco fragmentos): “Los estupendos ojos grises del ciego lo quedaron viendo, / librando la fe de la mirada, adivinando la razón del silencio; / el sordomudo respondió con gestos, señas y tartamudeos, / entre ambos se orientaban, procuraban el lugar de las cosas. / Había tormenta de nieve en la ciudad, temperatura factor cero, / el viento salpicaba con cierzo las ventanillas del último autobús”.
La poeta Olivia Maciel entregó su Sueño número 437 de Scipión: “Arcángel Gabriel, hoy me alimento de cielo y mesas rasgadas. Estoy a punto de colapsarme en un punto de luz; / un punto de luz blanco zinc, el punto de luz más distante. // (El arcángel se sustrae hacia un rincón oscuro, donde acaricia la curvatura de sus alas, donde se zambulle en la profundidad de la sombra. No interrumpe ni por un instante el equilibrio de las combinaciones. Ni de aquí ni de allá, conversa sobre los acentos consigo mismo). // Aquí huele a café rancio. / Será el frío sudor de la mano que deja ir a su alma en las líneas de un diario, en la preparación de un nuevo diccionario. / Olor a café rancio y envejecido, tan en contraste con el aroma que emana de recién cortados arrozales… // (Las alas del arcángel se transforman en alas de libélula, las aguas de los ríos en las aguas de los mares, los peces en navegantes ojos azorados).”
Mary K. Hawley escribió una bellísima Elegía a Ricardo en inglés y español. Como se puede leer completo, en toda su plenitud, en línea, reproduzco aquí sólo unos versos en castellano: “Un hombre se duerme y no despierta. / Los pájaros cantan porque siempre cantan. [..] Un hombre escribe. Se duerme y no despierta. La tinta en la hoja va secándose. / Sus palabras secan las alas y se van, vuelan entre / los pájaros. Los pájaros cantan porque siempre cantan. / Un hombre escribe un cuento. Se duerme y no despierta. El cuento no se ha / terminado. El cuento está aquí, aún debe contarse. Las palabras están / en el cielo con los pájaros. El cuento está en los corazones de sus hijas, de su / amante, sus hermanas y hermanos, sus padres, en los corazones de sus amigos. / El cuento está en Chicago, Miami, Nicaragua, Bogotá. / Su cuento sigue / contándose, es un cuento sin fin. / Es un cuento que le contará la luna al mar en las noches en que caminan juntos / sin que nadie los note, cuando el mar halla la luna invisible, / la luna donde duerme un hombre, un hombre que ha amado, que es amado, / que tiene un cuento que no termina”.
El más gatuno de mis amigos poetas, Marco Antonio Escalante, escribió su En memoria de Ricardo Armijo. Transcribo solamente el penúltimo párrafo: “Las circunstancias de la vida me alejaron de él nuevamente. La última vez que lo vi fue en una fiesta, casualmente en Ukranian Village. Me pidió amablemente que escribiera para Contratiempo. Fue una conversación breve y en apariencia irrelevante. Pero es que yo no sabía que iba a ser nuestro último encuentro. En un ensayo sobre Leopardi escribí: clama por un adiós en que los hombres sean conscientes de la muerte que merodea en nuestros reinos, un adiós real, que no disimule el porvenir, que no suspenda el imperio de la vicisitud y el azar, que exija de nosotros una conducta apropiada para los hechos graves, una conducta que nos aproxime y separe de los demás como si fueran a morir cada noche. Pero tamaña sensibilidad es impensable en un ser humano. Y la muerte, tarde o temprano, siempre nos sorprende, a pesar de ser cosa de todos los días. No todos los días se muere un amigo”.
Qué extraordinario me parece ese puñado de páginas de Deshoras del Contratiempo 33. Qué maravilla que alguien exprese en algo tan frágil como el papel emociones tan grandes y tan puras. Qué muerte tan digna de un escritor muriendo ante el teclado en el acto de escribir y soñando a la eternidad. Hay belleza en la hora final de Ricardo y la supieron ver sus amigos.
A fines de noviembre de 2015, estaba yo muy feliz en la librería Tres Américas. Por fin oía perfectamente la voz de los pocos clientes y amigos que me visitaban aquel sábado en la tienda: el mexicano Jesús Ezqueda y el ecuatoriano Patricio Gudiño. Les contaba yo de mi percance: los días anteriores estaba casi sordo, por una infección tremenda en mis oídos. Al quedarme solo tuve una sensación muy extraña, de dolor fuerte en mi cuello y espalda. Lo atribuí al antibiótico que me había recetado mi doctora (una purga de caballos —le dije a mi esposa— de 800 mgs), pero como el dolor no amainaba, cerré el negocio y me marché a casa. Dejé una nota en la puerta, para prevenir a los dos o tres incautos: “Closed For Emergency”.
Estuve 17 horas postrado en mi cama esperando que los efectos del antibiótico pasaran. Mi alarmada y ya furiosa Estela tenía horas rogándome ir al hospital, pero yo, con mi fobia a los galenos, me resistía. Me convenció. Cuando llegamos al Gotlieb, nada más verme me dijo uno de esos: “¡Cómo es usted pendejo, mi amigo! Viene infartado. ¿Por qué diablos no vino más pronto? Una horita más y usted no vive para contarlo”. Fue así como pasé por la experiencia de tantos aztecas: me abrieron el pecho. Pero con buenas intenciones: salvar mi corazoncito.
Una tarde de abril de 2016, pasó por Tres Américas una pareja (un hombre y una mujer) que me saludó muy amable. Yo no los conocía, así que proseguí con lo que me ocupaba aquella tarde: llenar cajas de cartón con cientos de ejemplares de Vuelta, Nexos y Proceso, mientras ellos revisaban los estantes ya semivacíos. Noté que tenían una buena cantidad de libros ya en sus brazos y pensé: “seguro que vieron Univisión anunciando nuestros precios de saldo. Hay que agradecérselo a esa Ligia Granados. ¡Menos mal que no mandaron al tal Aure!” En efecto: eran los últimos días de la librería. Ya las trompetas de Jericó sonaban con ganas. El hombre que pasó por la tienda aquella tarde era Gerardo Cárdenas. Escribió en la revista Contratiempo un artículo (si la memoria no me traiciona) titulado Réquiem por las librerías.
Otra de esas últimas tardes en Tres Américas. Para distraer un poquito mis agobios, abrí el diario mexicano La Jornada en su versión electrónica. Debe haber sido el 20 de febrero de 2016. La noticia no podía ser más dura para el convaleciente de las furias tlatelolcas. En la sección Opinión de La Jornada había dos nombres, juntos, que me eran muy queridos: Elena Poniatowska y Rosario Ferré. Allí me fui directo. Había una fotografía que ocupaba parte del artículo de Poniatowska, donde ellas dos aparecían sentadas en una cama en posición de loto, como Kalimán. Elena tiene una bolsa de donde está extrayendo una pequeña grabadora, y Rosario sonríe a la cámara. A su lado hay un cenicero con algunas colillas y un periódico abierto. Ambas se ven hermosas y sencillas, sin maquillaje alguno. Al pie de aquella foto se lee, terrible: “Rosario Ferré (1938-2016), escritora puertorriqueña, quien falleció el pasado jueves. La autora de Papeles de Pandora vivió varios años en México. En la imagen, Ferré con Elena Poniatowska. Foto cortesía de E. Poniatowska”.
Escribió Elena de Rosario: “Anteanoche, 18 de febrero, apareció en Puerto Rico la noticia de la muerte de la gran escritora y amiga Rosario Ferré, a los 77 años, hija rebelde del ex gobernador de Puerto Rico Luis Ferré. Rosario Ferré vivió varios años entre nosotros en México; y cuando venía de su tierra a la presentación de alguno de sus libros publicados en México, vivía en casa de su editor, su gran amigo Joaquín Díaz Canedo. Muy bella, siempre me pareció una estudiante porque solía sentarse en el suelo o en medio de su cama en posición de loto, con sus bluejeans y su suéter de cuello de tortuga. Julieta Campos y yo la considerábamos la mejor escritora latinoamericana. […] Participó durante años en la vida cultural de México, porque estuvo casada con el escritor y maestro Jorge Aguilar Mora. Leía a nuestros autores y escribió para la revista Textos de José Joaquín Blanco, en la que publicó un ensayo sobre Virginia Woolf. […] Recuerdo que la irritaba mucho que le preguntaran si en Puerto Rico se habla español, cuando es el idioma madre que habla todo el mundo […] …escribió en inglés House on the Lagoon”.
Elena Poniatowska terminaba con estas palabras evocadoras y doloridas: “El crítico Ángel Rama ejerció una gran influencia en Rosario Ferré, su discípula. Con su prima Olga Nolla —quien ya murió— Rosario hizo una revista literaria con el estupendo título de Zona de carga y descarga y siempre defendió su identidad puertorriqueña. En la UCLA, en Los Ángeles, dijo en una conferencia: Escribo porque le tengo más miedo al silencio que a la palabra. Escribo porque no sé nunca lo que pienso hasta que lo escribo, lo formulo en una sentencia ordenada sobre la página. También declaró que había tenido muchas vidas y que en todas sus vidas yo he tratado de hacer una cosa fundamental, devolverle al puertorriqueño su respeto a sí mismo. La pérdida de la bella y generosa Rosario Ferré, doctora honoris causa de la Universidad de Brown y galardonada con los premios nacionales de Cultura Puertorriqueña, ganadora de la beca Guggenheim, es una pérdida muy grande para la literatura de América Latina, ya que Rosario, además de poeta y novelista, fue una gran ensayista. Siempre recordaré que me invitó a su ciudad natal, Ponce, a ver una pintura en el museo construido por su padre, que se titulaba Fleming June, una mujer incendiada y extraordinariamente atractiva, que creí haber sido pintada por algún prerafaelita y me hizo pensar en Blake, quien escribió sobre la inmortal fuerza de la noche incendiada”.
(Hago una pausa en esta persecución de la memoria. Es la mañana del lunes 13 de abril de 2020. Han transcurrido apenas 8 horas de haber concluido la llamada Semana Santa de los cristianos. Prendo la TV para relajarme un poco después de otra noche de insomnio. Wrong choice: en esos momentos aparece en escena Mr. T seguido de una jauría de republicanos).
La imagen de la inteligente y bella presentadora de MSNBC Stephanie Ruhle aparece en la pantalla. Es hora del comercial después de los mastodontes. Sus ojos brillan, acuosos. Habla desde allí, directamente: “Before that [commercial], we ought to take a moment to pause, a moment of silence, and remember all the lives that were lost this weekend in what was supposed to be a Holiday Weekend of families coming together. More than three thousand families, instead, lost their loved ones. Or in some cases, some of the lives lost didn’t have big families. So, we can never forget them. As we look at the devastating death toll, these are not just numbers, these are people. So please, take a moment to acknowledge them.”
¿Shakespeare, Bram Stoker, Mary y Percy Bysshe Shelley… Ozymandias? Sí, pero se quedan muy cortos ante el horror y la magnitud de la tragedia: un demente que cree ser poco más que un reyezuelo al frente del país más rico y poderoso, en estos días del virus que asola y tiene en vilo al planeta. Un sujeto del que Lawrence O’Donnell afirma, con datos duros, que “es el Presidente de USA más inepto, ignorante y corrupto en toda la historia de este país”. (¿Contra quiénes competiría?) Larguísimos días desquiciantes, devastadores —como bien dice Stephanie Ruhle— que nos recuerdan caídas de imperios. Como el de Nezahualcóyotl.
En la edición 2240 de Proceso (6 de octubre, 2019) leemos palabras que parecen extraídas del corazón del Rey —Poeta de Texcoco: Ihcuac centetl tlamatini ye miqui… (“Cuando muere un sabio…”) Onteuxiuh ahuachpixahui onquetzalma— quiztzelihui tochoquiz, totlacol (“Como llovizna de turqueza, como pulsera de quetzal, se esparce nuestro llanto, nuestra tristeza”). Cinco días antes, el 1 de octubre, había fallecido en Ciudad de México don Miguel León-Portilla.
Escribió Proceso: “No podía haber mayor consenso en la despedida al historiador: Era el sabio de la tribu, el último de los grandes humanistas mexicanos… Pero también el que ahondó como nadie en el mundo azteca, al grado de rescatar su pensamiento filosófico y su grandeza avasallada”. El reportaje de Columba Vértiz señalaba: “El historiador, humanista y hablante de náhuatl nació el 22 de febrero de 1926. Su madre fue Luisa Portilla Nájera, familiar del escritor Manuel Gutiérrez Nájera, fundador del modernismo literario en México, y su padre, Miguel León Ortiz, pariente del arqueólogo, antropólogo y sociólogo Manuel Gamio, impulsor de la arqueología moderna. Ella estuvo dedicada al hogar y él a la administración”.
En el país que tanto presume de ser el más informado, Estados Unidos, nadie pareció enterarse del deceso; al menos aquí en Chicago. Ningún medio de comunicación, electrónico o impreso —ni siquiera la tan cacareada Univisión con su sempiterno Aure Salgado— dijo palabra al respecto. Deben haber andado muy ocupados —como siempre— persiguiendo la noticia de los migrantes.
Visión de los vencidos: Eduardo Galeano recreando, difundiendo la voz y obra de don Miguel:
1521, Tenochtitlan, El Mundo Está Callado y Llueve
“De pronto, de golpe, acaban los gritos y los tambores. Hombres y dioses han sido derrotados. Muertos los dioses, ha muerto el tiempo. Muertos los hombres, la ciudad ha muerto. Ha muerto en su ley esta ciudad guerrera, la de los sauces blancos y los blancos juncos. Ya no vendrán a rendirle tributo, en las barcas a través de la niebla, los príncipes vencidos de todas las comarcas. Reina un silencio que aturde. Y llueve. El cielo relampaguea y durante toda la noche llueve.”
(Los Nacimientos, Memoria del Fuego, Vol. 1)
En este año catastrófico, ¡qué lejano parece ya el siglo XX! Entonces, a pesar de las alarmas sobre el futuro del libro, bastaba con ir a la FIL de Guadalajara para recuperar el optimismo. Ahora, mundos de papel se desmoronan: editoriales pequeñas, revistas impresas, librerías.
Aquella tarde del 18 de febrero de 2016, una delicada y etérea figura llegó volando al vetusto edificio que albergaba a sus amigos de Chicago. Era ya casi de noche, por eso no le extrañó ver el local desierto. De cualquier manera, decidió entrar. Para mirar aquellos viejos estantes llenos de libros que recordaba de su última visita en 1995. Les había escrito una carta veinte años atrás y hasta los había invitado a su casa en Puerto Rico, pero nada. Esa gente debía estar muy ocupada o ser muy tímida. Jamás pudo convencerlos. ¡Quién entiende a estos libreros! Entró de cualquier manera. Le pareció que había menos libros que la vez anterior… ¿Pero qué estaba pasando? Notó entonces que en las ventanas había carteles grandes, trazados a mano, que anunciaban las “¡Ofertas de hasta el 80% de descuento! junto al “Leer, leer, leer” de Unamuno.
“Cómo… ¿qué se han vuelto locos? ¡Virgen del Pozo!”. —exclamó la bella criatura—. “Sshh, Sshh, por favor, Rosario… silencio —le dijo un gordito que cargaba una docena de gatos entre sus blancas alitas—. Sucede que nuestros amigos se van. Aquí José Emilio y yo lo estábamos comentando hace rato. ¡Qué más pueden hacer! No tienen más remedio”. Rosario vio a un señor con las alas enormes, de bastón, también con gafas, que miraba un pequeño cuadro en la pared izquierda. “Salvador Calvo… este español me dibujó mucho mejor de lo que yo lucía a mis veinte años. Y mira… aquí veo también una reseñita enmarcada de tu Batalla de las Vírgenes, que me hubiera gustado corregirle a Humberto. Necesita una buena manita. ¡Y lo puso al lado de Noticias del Imperio! Si lo viera el pobre Del Paso… ¡Vaya atrevimiento…!” “…¡Ssshhh…Sshhh!…Vas a despertar a mis gatitos, —dijo Monsi—. Mejor vámonos. Luego regresamos. Al cabo nos queda la eternidad”.
Ciudad de los Vientos, 22 de abril 2020, Día de La Tierra.
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Conversaciones y encuentros en Tres Américas” (parte I)
Primera parte: Pequeñas historias de la revista Tres Américas
Conversaciones y encuentros en Tres Américas” (parte 2)
Segunda parte: Pequeños duendes y ángeles de la Revista
Conversaciones y encuentros en Tres Américas” (parte III)
Tercera parte: entrevistas en la revista tres américas (parte i)
Tercera parte: entrevistas en la revista tres américas (parte ii)
Tercera parte: entrevistas en la revista tres américas (parte iii)
Conversaciones y encuentros en Tres Américas” (parte IV)
Cuarta Parte: pequeña selección de poesía de la Revista (parte i)
Cuarta Parte: pequeña selección de poesía de la Revista (parte ii)
Conversaciones y encuentros en Tres Américas” (parte V)
Quinta parte: Últimas tardes con Rosario y Ricardo (Final en la Europa) (parte i)
Quinta parte: Últimas tardes con Rosario y Ricardo (Final en la Europa) (parte ii)