Reflexiones sobre la maternidad: nuevas formas de maternar y paternar y las relaciones entre escritoras

El siguiente ensayo es la cuarta entrega de la serie Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”, curada para El BeiSMan por Violeta Orozco y Melanie Márquez Adams —una colección de ensayos que establecen e invitan a un diálogo entre escritoras de diversos países, trayectorias y generaciones.

 

 

Hace como un año y medio, mi hija Sara y yo estuvimos trabajando en la redacción de un proyecto literario para obtener una beca en una fundación suiza, y nuestra idea fue preparar una propuesta para elaborar un libro de poesía entre las dos: un diálogo entre dos generaciones acerca de una perspectiva generacional de la maternidad. Como en un ring de boxeo, de un lado las Milenials y del otro, las baby boomers, cada una defendiendo su postura. En cierto modo las preguntas centrales eran: ¿por qué las nuevas generaciones de mujeres no quieren tener hijos? ¿Por qué no quieren tenerlos si no saben de lo que se están perdiendo? ¿Existen otros modos de maternar, de paternar? ¿Y si es así, qué significan? 

La postura de mi hija es que existen múltiples razones para no tener hijos: 

Ambientales: pues estamos presionando demasiado al planeta con nuestra huella de carbono, consumiendo recursos que cada vez serán más escasos y sobre poblando el espacio terrestre. Económicas: cada vez la situación económica será más difícil para las generaciones venideras, pues se enfrentarán no sólo a escasez de recursos naturales sino financieros. Habrá más desempleo, menos oportunidades y las seguridades sociales y de salud irán decreciendo. Prácticas: las posibilidades de mantener, nutrir, apoyar a otro ser humano, ofrecerle bienestar, vivienda y educación será más complicado en la medida de que no se tengan los medios financieros, el tiempo y el espacio amoroso para ofrecérselo a otro ser humano. En pocas palabras, argumentos hasta cierto punto válidos que hacen aparecer a la generación de madres y padres baby boomers como unos irresponsables que vivieron en un boom económico y que jamás pensaron en el planeta. 

Por mi parte, esas refutaciones me parecían totalmente maltusianas. Malthus pensó en su momento que el mundo tendría un desenfrenado crecimiento en su población, que generaría conflictos, hambre y enfermedades y que mientras el crecimiento de la población en el mundo se daba en forma geométrica, la producción de alimentos aumentaría sólo en progresión aritmética, trayendo la muerte de la humanidad. Es decir, era una mentalidad estrecha que no alcanzaba a ver que existían otras posibilidades para que la humanidad pudiera sobrevivir. Por mi parte, yo argumentaba que si bien son ciertos algunos de sus razonamientos, también lo es lo que a mí me da la impresión de que simplemente está ocultando y justificando una actitud tremendamente centrada en el sí mismo, egoísta, en la que la mujer sólo quiere tener el 100% del tiempo para ella misma, sin preocupaciones, sin responsabilidades, para construirse una personaprofesional, para alcanzar éxitos y reconocimientos en sus áreas de expertise y de alguna manera caer, en una personificación de la consabida psique masculina, que tanto criticaron las feministas en el pasado. Una persona que no quiere tener relación ni estar en contacto con su lado femenino, con lo que pudiera ser el resultado natural del sexo y la sexualidad: la maternidad. Un espacio para recibir y para darse a los demás sin condiciones. ¿Por qué negar la maternidad? ¿Acaso de verdad por las consideraciones económicas y ambientales? ¿O será simplemente por quitarse responsabilidades, friegas y cargas que durarán toda una vida? ¿Es que ya nadie quiere molestarse por nada? ¿Porque nadie quiere ni desea compromisos de ningún tipo? ¿O será que es muy difícil decidir sobre algo que no se tiene idea? Es cierto que nadie sabe lo que es ser madre hasta que no tiene un hijo. Y las que los hemos tenido pensamos que no hay nada más maravilloso en el mundo. 

Cuando la maternidad se da libremente, con el deseo de experimentar el estado, sin coerciones de ningún tipo, puede resultar en una de las vivencias más enriquecedoras que puede experimentar una mujer. Traer un ser humano al mundo a vivir, a sufrir, a crecer, es una parte vital de lo que significa ser humano a nivel espiritual. Tener entre tus brazos a un ser indefenso, totalmente expuesto a tu merced, a expensas de lo que puedas darle material y emocionalmente es todo un reto, una vivencia que te conecta con la alegría y la satisfacción del dar, del cuidar, del nutrir. A lo opuesto de recibir, lo contrario a la violencia, al despojo, al abandono.

Pero la idea del proyecto no era convencer ni a las milenials, ni a las baby boomers de cambiar su perspectiva, sino quizás explorar la posibilidad de que, a través de una maternidad feminista, pudiéramos criar seres humanos más conscientes para ayudar a solucionar nuestra crisis planetaria y unir nuestras experiencias para transformar la manera en que vivimos, la prioridad de lo que es importante y lo que no, la manera como consumimos, como nos alimentamos, y cómo interactuamos entre nosotras mismas y el ambiente, entonces, eso sería los valioso. Una maternidad en donde se entienda que la mujer sólo podrá ser libre en la medida en que los dos sexos se comprendan en una integración igualitaria y libre de violencia, de discriminación, de objetificación. 

A eso habría que agregar, el escucharnos entre generaciones, apoyarnos unas a las otras, aprendiendo y aportando lo que cada generación puede regalarle a la otra, en vez de enfrentarnos, pensar que somos diferentes porque unas son las rucas, las pasadas de moda, las que ya “están fuera” o son figuras intocables y discutir posturas encontradas con las morras, las que están en el mole, las que sí entienden de qué va la cosa. 

Lo que sí es cierto es que ahora es el tiempo de cuestionar el instinto materno, aceptar que no todas las mujeres quieren o pueden ser madres, o hay quienes incluso, se arrepienten. En el artículo: Nuevas maternidades o la deconstrucción de la maternidad en México, de Ángeles Sánchez Bringas, Sara Espinosa, Claudia Ezqurdia y Edna Torres, nos hablan de una nueva gama de prácticas reproductivas, entre ellas, la de ejercer la maternidad fuera de la pareja convencional o con parejas homoparentales. Existen las mujeres que son madres pero que nunca se cuestionan truncar su carrera por esa razón, o las que se ven obligadas a sacrificar sus carreras o sus ascensos, o la continuidad de su obra para dedicarse a la crianza, o las que tienen extenuantes dobles y hasta triples jornadas de trabajo. Los paradigmas de la maternidad tradicional y no tradicional, como lo sería, por ejemplo, una maternidad ejercida por hombres. 

Lo que es cierto es que, independientemente de la construcción social de la maternidad, ésta está intrínsecamente asociada al cuerpo femenino y eso, hasta el día de hoy, es innegable. Ya no se trata de decir, como en su momento proclamaba Betty Friedan, “La biología no es destino”, sino que no puede existir maternidad sin la voluntad femenina. Lo que hay que cambiar es la mirada de ellas, la de la sociedad, la de los hombres, incluso. ¿Cómo entonces, deberíamos mirar la maternidad? 

A la maternidad, en su exclusividad femenina, en su misterio, la rodea sin duda un aura de santidad, es intocable, y aún se posiciona en el extremo de la “madre santa” vs “la puta” malvada y sin moral. Y como la mujer es la portadora física del bebé, está ligada física y psíquicamente al bebé. La mujer, una vez que ha tenido a su hijo en los brazos, raramente lo abandona, luchará como una fiera para alimentarlo, defenderlo y amarlo de por vida, a diferencia del hombre, que no tiene esa conexión ni física ni mental y quien, en innumerables ocasiones, habrá de abandonar a la mujer con su producto, sin el menor indicio de culpa. 

En nuestras sociedades, el paternar es un concepto bastante laxo, no se tiene una idea clara de lo que significa, cómo deberían de comportarse y qué espera la sociedad de ellos. 

Así que, de alguna manera, llegamos a entender lo que nos ocupa: ¿cómo entender el tema de la maternidad en la literatura y cuáles son los lastres que tenemos qué desechar? No pretendo ser una teórica del tema, pero sí señalar qué olvidado ha estado el tema de la maternidad en la literatura. De alguna manera, ha reflejado de manera bastante fiel, ese reflejo de la dicotomía estereotipada: madre santa o mujer de la calle. En la poesía, en las novelas, en los libretos de las óperas. Pero, finalmente, lo que me interesa aquí no es describir o enumerar cómo se ha descrito la figura de la madre en la literatura, que, además, casi siempre hecha por escritores hombres, sino la postura de las escritoras como madres mismas. Sus puntos de vista, sus miradas, sus perspectivas. 

El amor maternal y sus evidencias, en la literatura mexicana de mujeres es escaso. Y no es sólo porque no haya o haya habido en el pasado mamás escritoras, sino porque la maternidad no era un tema bien visto. 

El amor de pareja, el desengaño, el desgarro o el reclamo son muy populares en la poesía tanto de hombres como de mujeres, pero la maternidad está ausente del discurso poético, bien porque muchas mujeres han decidido rechazar conscientemente la maternidad—sobre todo a últimas fechas— o porque nos ha parecido difícil y peligroso hablar del tema. Y me refiero a peligroso en el sentido de que, por mucho tiempo, las mujeres temimos que eran de esos temas que nos podían debilitar, o nos harían vulnerables a la crítica, o incluso, a la burla: como el hablar de lavar los platos o limpiar el refrigerador. Es decir, de las labores cotidianas a las que se dedicaban las mujeres desde siglos atrás: hilar, tejer, cocinar, limpiar la casa, tener hijos, cuidarlos. Pero durante siglos también el patriarcado demeritó, e hizo escarnio de todo lo que tuviera que ver con el mundo femenino: la menstruación, por ejemplo, era cosa que había que ocultar, darle una dimensión y un cerco privado, santificado incluso, pero al mismo tiempo, desvalorizado. La maternidad como espacio sagrado, pero también deslustrado dentro de un ámbito puramente femenino. Por eso es importante romper hoy con esos miedos, con esos estereotipos. Que cuando las mujeres quieran hablar de niños, de hijos, lo puedan hacer libremente y sin pudor, porque no es algo penoso, ni algo que deba esconderse. Debería ser algo gozoso, que implique orgullo, y placer compartido, y no sólo entre mujeres, sino entre hombres y mujeres por igual. Al fin y al cabo, la maternidad es grande, es mucho más que eso, o nosotros no estuviéramos aquí, pensando, proponiendo. 

Hasta las galaxias crean planetas nuevos de manera amorosa. Y quienes la hemos vivido sabemos que es un camino difícil, pero a la vez lleno de satisfacciones y alegrías inesperadas.

El acompañamiento, la creación de redes de soporte entre escritoras maduras y escritoras nóveles es una nueva forma de maternar, una forma de nutrirnos mutuamente en un espacio de sororidad. Mediante apoyo mutuo para la publicación, la discusión, talleres de creación, intercambio de ideas y proyectos, será una brillante opción para dejar atrás esa ridícula dicotomía de competencia, de oposición, de actitudes despectivas entre diferentes generaciones. Esa postura que habla de una competencia alimentada por una filosofía y un pensamiento patriarcal, que definitivamente cuestionaría la frase con respecto a las mujeres: “juntas, ni difuntas”. 

Yo propongo, VIVAS Y JUNTAS es como lograremos remontar los paradigmas impuestos por el patriarcado, apoyándonos mutuamente en nuestros esfuerzos de vida, en los profesionales, en los personales. Finalmente, lo importante no es oponernos por la maternidad u otros temas, sino escucharnos, respetarnos, en un espacio donde aprendamos unas de otras. Y, sobre todo, que nos permitamos, sin juzgarnos, hablar de lo que nos dé la gana, ya sean niños, pañales, platos sucios, amores desvencijados, caminos perdidos, búsquedas emprendidas. Todos los temas son valiosos, y como escribía Edith Wharton, “lo importante no es el tema, sino la habilidad del escritor para escribirlo”. 

 

 

Próximas entregas: un ensayo lírico por la poeta y activista chicana Masiel Corona Santos y una selección de textos escritos colectivamente por varias escritoras mexicanas durante el taller “Escribir desde el cuerpo y feminismos” en el marco del Festival de literatura colaborativo y colectivo Agua Viva.

 

 

Otros artículos de la serie: “Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”

María Mínguez Arias: “Maternar de incógnito”

Violeta Orozco: “La expropiación de la intelectualidad en las escritoras latinoamericanas”

Melanie Márquez Adams: “El maíz de la soledad”

Daniela Becerra: “Criar palabras”