El siguiente texto forma parte de la serie “Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”, curada para El BeiSMan por Violeta Orozco y MelanieMárquez Adams —una colección de textos que establecen e invitan a un diálogo entre escritoras de diversos países, trayectorias y generaciones.
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Al respecto del día internacional de la mujer, le comentaba a una amiga poeta lo difícil que resulta en la práctica lectora cotidiana ser consecuente con la sororidad o simplemente con la curiosidad e indagación de voces de mujeres. En la literatura, en el campo social, en la filosofía y hasta en la literatura infantil las mujeres seguimos siendo percibidas como voces otras, raras y escasas. Basta hacer el ejercicio de buscar al azar en nuestras bibliotecas personales algún libro para comenzar a leer el domingo, sea una novela, un poemario o un ensayo. Luego de pasar la mirada por una cantidad importante de nombres de hombres, de repente pueda que aparezca la rara, la afortunada, la mujer escritora que tiene el derecho a estar allí, editada, distribuida y lo más importante: a punto de ser leída.
“Benditas” sean entre tantos hombres: Lispector, Yourcenar, Ossot, Morrison, Klein, Sontag… Estas son algunos de los nombres que encontré sobre uno que otro lomo luego del paneo a mi propia biblioteca, en un ejercicio que ameritó aguzar la mirada y dedicar mayor tiempo a buscar, con el objetivo preciso de dar con escritoras mujeres. En este ejercicio el azar fulmina, simplemente no hay probabilidad de ver y elegir rápidamente un libro escrito por una mujer. Leer mujeres constantemente es una anomalía del sistema, no está estipulado, es casi un cortocircuito.
Luego hice el ejercicio de revisar en mis libros de la Biblioteca Ayacucho, una editorial que tengo en altísima estima por reunir lo que siempre había considerado la selección más acuciosa de la mejor literatura y el pensamiento social de América Latina y el Caribe. De 109 tomos ubicados en los tramos más altos de mi querida biblioteca, solo dos, sí, 02, son de mujeres: Marta Traba y Ana Enriqueta Terán. Según este sencillo ejercicio, de mi propio corpus de estudio (elegido en distintos momentos de mi vida por mí misma, mujer, latinoamericana y aprendiz de escritora), sólo el 1.8 % son mujeres.
Empecinada con el ejercicio, recordé que en algún momento de mi vida estuve muy cerca de la colección de biografías de Salvat, maravillosas por lo demás. Lloré leyendo sobre la fijación de la tragedia en las vidas de Poe, Nietzsche o van Gogh. La nostalgia de esas lecturas se desvaneció ipso facto al constatar en el sumario de Salvat, que de 100 biografías sólo dos, sí, 02, son de mujeres: Marie Curie y Victoria I.
También recordé que, en mi vida de estudiante de letras, me encantaba ver con mucha seriedad las entrevistas de Joaquín Soler Serrano a escritores, artistas y pensadores, y mi memoria fue incapaz de dar con entrevista alguna a una autora, repasé la mirada en Cortázar y sus largas manos de momia maravillosa, en Borges y su fisionomía arropada por la ceguera, luego en muchos otros escritores que estuvieron en esa salita televisada para contarnos un poco de su obra: Sábato, Rulfo, Paz, Fuentes, Vargas Llosa… No, al menos yo, no vi, ni aprendí de mujeres escritoras a través del programa de Soler.
Esto sin ahondar en la escandalosa omisión de escritoras de los programas de las escuelas de letras, y mucho más atrás en las escuelas de educación primaria y secundaria. Ya sabemos además que los grandes premios rezuman testosterona, y que el ejemplo más citado es el Nobel de Literatura, de cuyas 117 premiaciones, solo 16 han sido para mujeres.
Volviendo a mi biblioteca personal, y asumiendo toda la responsabilidad del caso, decidí que iba a investigar en mis propias afinidades electivas de años de formación patriarcal, y separar a todas las escritoras mujeres para darles un espacio específico y además visible, porque al fin y al cabo de eso se trata: de verlas y de encontrarlas para efectivamente leerlas más y mejor.
Me dirán algunos que separar a los escritores hombres de las escritoras mujeres más que solucionar la discriminación de género la profundiza. Creo que el ejercicio de la biblioteca es clarísimo al respecto. Sin ser una estudiosa de la escritura de mujeres, pero sí una lectora que quiere romper la naturalización de las lecturas impuestas, me di cuenta de que debía invertir mucho más tiempo en ordenar e investigar sobre mi propia biblioteca (física y digital) o indefectiblemente mi tiempo lector seguirá transcurriendo entre muchas más lecturas de escritores hombres, que son aproximadamente 98.2 % en comparación (siguiendo el dato arrojado por mi corpus de la Biblioteca Ayacucho).
Y después de estas revelaciones quizá un tanto evidentes una se maravilla de una singularidad constitutiva, que deviene de la experiencia de conocer la exclusión: jamás leí a los hombres como rarezas intelectuales o como “poetisos”, ni como minorías a las que hay que darles un espacio políticamente correcto, tampoco asumí nunca que “se ganaron” un sitial en el canon de tanto parecerse a algo distinto a esa mismidad que lo masculino ha generalizado al ser. Seguiré leyendo a los escritores hombres, y seguramente me seguiré identificando con sus personajes o algunas de sus ideas sin importarme discriminatoriamente el género.
Lo que sí sucede ahora es que me apetece y deseo leer a más mujeres, al punto de replantearme la configuración de mis libros, mis gustos y mi propia formación académica. Además, sí cuestiono cada vez con más atención los resortes del entramado de visibilizaciones y plataformas que los escritores han disfrutado por sobre las escritoras. Así que por supuesto que me indigno con un Octavio Paz macho celoso intelectual de Elena Garro, o del plagio que la expareja hombre le hiciera a Susan Sontag o, más aún, de Juan José Arreola o Pablo Neruda maltratadores impunes, y un largo y lamentable etcétera.
El feminismo recorre las bibliotecas, o al menos se ha instalado en las miradas que las queremos transformar. Si quiero leer a más mujeres, pues debo esforzarme por buscarlas disciplinadamente y convertir en un hábito lo que hasta entonces constituía una anomia grácil, una falsa inclusión, una homogenización soterrada del lenguaje y las perspectivas de mundo que puede desplegar la literatura.
Espero que el archivo digital y/o el mueble con libros de papel que les herede a mis hijas sea muy diferente a lo que tengo ahora y logre construir una verdadera pluralidad de voces de mujeres, hombres, transexuales o personas no-binarias; pero sí, sobre todo de mujeres, porque sí creo que ayudan a hacer más vivible este mundo caótico, a repensar la historia impostada y replantear nociones, acciones y afectos para el futuro.
Antes de terminar esta especie de reflexión sobre mi biblioteca en proceso de despatriarcalización, no quiero dejar de mencionar que si bien las redes sociales suelen engañarnos fácilmente, en mi caso, y en beneficio de este mismo ejercicio, han funcionado para construir y descubrir algunos puentes portentosos entre escritoras que hacen vida literaria en revistas digitales y grupos de escritura a distancia. Sus diversas escrituras (la médula de ese también cambiante objeto que llamamos libro) ya se ha hecho parte de mi también cambiante y autocrítica biblioteca.
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Próxima entrega: ensayos de Esther M. García, Indira Isel Torres Cruz y Yarisa Colón Torres entre otras escritoras latinoamericanas y latinas. Convocamos a las escritoras de todas las latitudes a que contribuyan a la discusión enviando sus textos.
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