Ofrezco mi corazón como una diana, de Johanny Vázquez Paz
Editorial Akashic, Books, Brooklyn, New York, USA, 2019, $15.62, ISBN: 978-1617757631
Ofrezco mi corazón como una diana de la poeta puertorriqueña Johanny Vázquez Paz fue el poemario ganador en 2018 del Paz Prize for Poetry creado por el Centro de Escritura y Literatura de Miami Dade College en 2012. Hay dos títulos de autores norteamericanos contemporáneos que me vienen a la mente en estos momentos a propósito: el cuento El corazón delator (1843) de Edgar Allan Poe y la novela El corazón es un cazador solitario (1940) de la autora Carson McCullers. En el caso del poemario que comento no se trata de un corazón que acusa o que busca desesperadamente un encuentro con otra víscera de bombear sangre, sino de un músculo dispuesto a donarse para expiar culpas y salvar causas, de un órgano vital fitopaeciano o guillermotelliano.
El cuaderno está estructurado en dos secciones en las que la biografía del sujeto lírico constituye el vaso comunicante: “Mi corazón como una diana” I y “Al despegar el vuelo” II. Mientras en la primera parte prevalece la experiencia isleña, en la segunda predomina la de la diáspora. Tratando de buscar un hilo conductor para esta reseña, encuentro en su poema “Ciudad de vientos y fantasmas” los siguientes versos:
Ciudad que en los días de nostalgia
se torna un espejismo de San Juan.
Hay un parque llamado Mariano
que podría ser la Plaza de Armas.
La Milwaukee se confunde con la Ponce de León
y la Division se me antoja una calle en Río Piedras.
Por eso estoy bilocada:
Mis pies se congelan con la apatía del invierno
pero mi cuerpo arde con el sutil látigo del trópico.
“Estar bilocado” –que no dislocado– es precisamente la expresión apropiada para quien emigra, porque ya no será nunca más el mismo ni podrá enraizarse enteramente en el nuevo locus. Sin embargo, en el poemario de Vázquez Paz la bilocación adquiere una dimensión semántica mucho mayor que la relativa al desmembramiento geográfico para convertirse en una alegoría que metafóricamente nos remite a diferentes planos dicotómicos: víctima–victimario, vida–muerte, inocencia–culpa, yo–alter ego, estatismo–cambio, apariencia–realidad, pasado–presente, territorialidad–extraterritorialidad, lengua materna–lengua foránea.
En “Hija de la violencia” descubro algo para nada usual como procedimiento poético: dar voz a una niña aún por nacer desde el propio vientre de su madre. Se trata de uno de los momentos más conmovedores del poemario porque registra la percepción consciente de una víctima en el vientre de otra víctima cuyo victimario es también víctima de una adversidad social mayor, como lo fue la Guerra de Corea (1950-1953). En este caso la bilocación se da en la dualidad que tiene la voz lírica de ser –al propio tiempo– un ser indefenso en estado fetal y la adulta que conoce la información traumática de su génesis:
La piel de mi madre me protege,
armadura endeble donde la tormenta
me arrastra hasta el fondo:
si todo hubiera terminado allí
su vientre sería hoy mi tumba.
Las voces que papá trajo de Corea
le ordenan atacar una y otra vez.
El estruendo de la guerra le persigue.
La capacidad de sentirse mujer —una y múltiple— se describe en “Mi turno”. Este texto juega con la expectación de estar en el cuerpo de “la otra”, esa que bien puede ser una maquiladora de Ciudad Juárez:
Antes de que me encuentren ya soy cadáver. Me encierro en un ataúd y pretendo estar muerta. Así la muerte es un juego a las escondidas y no es testigo del terror (…) Sólo quedarán zapatos polvorientos tirados en el camino. Zapatos solitarios que sueñan con un cuento de hadas donde un príncipe encuentra a su dueña en el arco de nuestros pies muertos.
En mi país de origen, la también isla caribeña de Cuba, la expresión “ser hijo del lechero o del cartero” tiene una connotación moral espuria, es no provenir de nuestro padre, sino de nuestra madre y alguien que acude a casa por ciertos motivos. Sin embargo, en el poema “La hija del lechero” de Vázquez Paz éste no es el asunto propiamente en un sentido estricto, sino la incongruencia entre el color de su piel y el de la mayor parte de los habitantes de la Isla del Encanto.
Me llaman la hija del lechero
güera, gringa, polaca
pote de leche, Casper el fantasma
nota discordante, alienígena
la oveja blanca de un rebaño cobrizo
………………………………………………
Soy la hija de migraciones y conquistas
civilizaciones que han preñado mi ADN
(algunas con amor / otras sin permiso ni clemencia).
Soy la voz inquebrantable
de un caracol poblado de olas.
Acá la bilocación consiste en un hondo reproche a quienes asumen que tener otro color de piel u otros rasgos físicos no coincidentes con los que ostenta “el rebaño social” hacen que una persona deba sentirse diferente a sus compatriotas. Es decir, podemos hablar de una bilocación por discordancia entre apariencia y realidad, porque un fenotipo diferente no implica necesariamente otra filiación identitaria. Vendría a ser semejante a la reacción que provoca en algunos una persona negra vestida de mariachi cantando corridos y rancheras aun siendo de nacionalidad mexicana.
El momento más representativo del uso de la bilocación se produce en el texto “Conversación con la que soy y no fui”. En este caso, como en el poema que dio origen a estas anotaciones, la bilocación —más que tener los pies en un territorio que se siente extranjero y la mente en la extraterritorialidad física de Borinquen— constituye una escisión temporal dentro de un mismo cuerpo sintiente.
Todos los días me parezco menos a la que fui.
Soy una turista en la sombra de la memoria.
Esta soy yo usando otras palabras
besando con la boca abierta cada sílaba.
………………………………………………..
El pasado se esfuma abracadabra va.
El presente es un nuevo mundo hostil
donde los nativos me acusan
de robarles sus tesoros nacionales.
Rigoberto González, jurado del concurso y autor de la Introducción al poemario, expone que en él “La lucha de la que habla para aferrarse a su pasado, en verdad a su historia, vía su lengua natal el Español, está comprometida con las presiones de la asimilación”.
Los poemas “Vendepatrias” y “Reporte de pérdidas” constituyen —de conjunto— una bilocación paradójica en el sentido de que —mientras en el primero hay un autorreproche colectivo en primera persona del plural a los que abandonaron la isla (“Nos fuimos y tan pronto arribamos / al país de las desilusiones / la nostalgia se amamantó de recuerdos” — en el segundo se enseñorea el tópico latino del ubi sunt como visión desencantada de quien regresa:
No encontraré una isla sino un cadáver
enterrado en su vientre hecho pólvora.
…………………………………………………………..
Sólo hallaré ciudades degolladas, pueblos torcidos
barrios dislocados debajo de una marejada de cemento.
……………………………………………………………
No encontraré en el mapa las coordenadas de mi Isla
ni el domicilio exacto donde mis muertos reposan sin lápida.
En Ofrezco mi corazón como una diana (2019) no hay una ruptura con temáticas presentes en poemarios anteriores de Vázquez Paz como Entre el corazón y la tierra (2001), Poemas callejeros (2007), Querido voyeur(2012) y Sagrada familia (2014). La visión autorreflexiva de una mujer, las relaciones de parejas, el erotismo, los sentimientos encontrados entre residir en Estados Unidos y evocar Puerto Rico, la órbita familiar, la necesidad de convocar al lenguaje para volcar todo su mundo interior a través de palabras que no siempre son el mejor vehículo de expresión y el tener que moverse entre dos identidades culturales fuertemente contrastantes —entre otros— son desvelos que permean todo su corpus poético. Me atrevería a decir que la bilocación presente en este último poemario es símbolo de desgarramiento. Con meridiana claridad se puede constatar en el poema “Imborrable”:
Mi cuerpo es un vestido deshilachado
con botones a punto de reventar
tela antigua cubierta de larva
donde la polilla se anida y alimenta.
Sin embargo, a pesar de cierto fatalismo ante el efecto inclemente del tiempo en “De(s)letreada” (Entiendo lo incomprensible: / también fui escritura / y ahora mismo / el mar me borra), el gesto que nos queda después de la lectura Ofrezco mi corazón como una diana es que testimoniar dolores, angustias, percances de la vida de los que se ha sido objeto no implica una actitud derrotista siempre que la voluntad de rebasarlos se plasme en energía redentora y se convoque a la poesía para exorcizar demonios.