Un festival literario en Los Ángeles

 

Cuando me mudé a Los Ángeles, en 2016, esperaba encontrar un campo editorial en español para vivir y trabajar. Lo asumí —tontamente, ahora lo veo porque una parte importante de la población en esta ciudad y en California en general es de ascendencia hispana (casi la mitad de los habitantes del estado). Pero el hecho de que muchas personas hablen un idioma nunca ha implicado por sí mismo, como sabemos bien en México y otros países de América Latina, alguna estadística de lectura o consumo de bienes culturales. Y menos aún podría hacerlo cuando el español no es la primera lengua de un sector de dicha población, como sucede precisamente en California. Aun así, me parecía increíble que existiera tan poca actividad literaria, pero al paso del tiempo me di cuenta de que esa carencia también existe para el mercado anglo. Poco después descubrí que la industria editorial está concentrada en Nueva York, principalmente, y en otras cuantas ciudades, como Chicago o San Francisco. 

Ante esta aridez, he aprendido a apreciar de manera ferviente los esfuerzos que recientemente se han llevado a cabo en favor de la literatura y el mercado editorial en el sur de California. Y es que —como escribí aquítodos esos esfuerzos en conjunto están logrando abrir un camino interesante, que permite tener esperanza hacia el porvenir. 

En el difícil panorama destaca por ejemplo LITLIT, “The Little Literary Fair”, organizada por LA Review of Books y Hauser & Wirth. Realizada a fines de julio, reunió a un buen grupo de editoriales independientes de California que publican obras en inglés, pero también bilingües (en español), y contó con la participación de autores, traductores, editores y lectores en la zona trendy de Arts District, en el centro de Los Ángeles.

También en el centro, pero en un lugar completamente distinto, de tradición, acaba de desarrollarse LéaLA, “Feria del Libro en Español y Festival Literario”. Este evento duró cuatro días, dos más que LITLIT, y presentó un programa con múltiples actividades en un escenario principal y foros alternos. Además, esta vez se anunció desde su página oficial que regresaba el formato de feria del libro, “con áreas de exhibición de diversas editoriales que publican en español [para] acercar títulos a todos los públicos de Los Ángeles”. Así, LéaLA pretende posicionarse como “el más ambicioso programa de difusión y fomento del libro y la lectura en español en Estados Unidos”.

De algún modo, asistir al festival me ha hecho recordar la experiencia de todas esas ferias literarias que se llevan a cabo con frecuencia en México. No es cualquier cosa escuchar poesía de la voz de sus autores o pasear entre mesas con libros de editoriales difíciles de encontrar, como Anagrama o Páginas de Espuma. Se agradece también tener un rincón específico de talleres infantiles (del que carece LITLIT). Pero las fortalezas de LéaLA son, en cierto sentido, también sus puntos débiles. 

Para empezar, el público al que convoca esta feria: en su mayoría familias, es decir, niños y niñas, sus padres y madres, acaso las maestras de primaria. En efecto, el hecho de que haya lugar para ellos es de subrayar, pero me parece que habla de la definición que se hace desde el punto de vista de la organización. El objetivo final, a diferencia de la FIL Guadalajara (coordinada por las mismas instancias), no parece ser la construcción de un espacio tan atractivo para las familias como para todos los que participan en la industria editorial, pues en esto último el festival LéaLA se queda muy corto. Hasta donde pude ver en los tres días que asistí, ni editores ni traductores, ni lectores jóvenes respondieron al llamado. El último de esos días fui con mi amiga Sandra, gran lectora, y Diana, lectora y escritora, pero siento que fuimos la excepción.

Y sí, de entre los agentes de la cadena editorial que faltaron, el que más resentí fue el de los autores. Tampoco llegaron. No me refiero a los panelistas programados (supe que sólo faltó Antonio Ortuño), sino a las y los escritores en español de Los Ángeles y California en general. En las ferias de libro que conozco de México, las plumas emergentes, las personas con sed de leer y ser leídas, son las primeras en participar, las más ávidas. Quizá esta ausencia en LéaLA haya sido un reflejo de las ausencias en el programa. Fue notable la intención de incluir personalidades mediáticas de California, pero de autores, nada: creo que aparte de Luis J. Rodríguez y Jacobo Sefamí, no hubo más de Estados Unidos o radicados aquí. Ni siquiera asistieron los académicos de los Departamentos de Español que existen en las universidades de la Costa Oeste, quienes pudieron haber extendido la invitación a sus estudiantes. Una pena, pues ni las pláticas ni el ambiente se vieron enriquecidos con la aportación que ellos pudieron haber hecho. Las que más sufrieron fueron las lecturas de poesía, que poco podían atraer a las familias y que pudieron verse beneficiadas de un público más allá de los propios panelistas que se rotaban entre las sillas y el micrófono. 

Tal vez los jóvenes, lectores y escritores emergentes no asisten en masa a LéaLA porque la difusión del evento no es hecha a través de los canales adecuados. Lo cierto es que la incógnita de cómo llegar a ellos persiste, tanto como la del “mercado latinx”, que todavía es opaco para la industria editorial, como también señalaba yo aquí.

En lo que respecta al evento como formato de feria, LéaLA también quedó un poco a deber. Sí, se vendieron libros de Anagrama y Páginas de Espuma, pero en muy pocos stands, y por lo tanto la oferta era limitada. Contadas editoriales pudieron representarse a sí mismas. Imagino que los costos no le permiten a las empresas mexicanas venir por su propio pie. Pero en Estados Unidos hay también sellos y colecciones en español y bilingües que podrían sumarse al evento, lo mismo que distribuidoras con títulos tan ausentes en la feria, como los que se vende, por ejemplo, a través de Shop Escritoras.

Creo que todo va de la mano: a las editoriales y distribuidoras les interesará participar en el evento cuando sepan que la inversión obtendrá su recompensa. A las y los escritores y lectores comunes les interesará asistir al evento cuando sepan que encontrarán los libros que están buscando. Y las discusiones que les llama la atención. Y la gente.

Imagino una feria más pequeña (¿dos días?), pero más viva. Que integre escritores locales o al menos que abra una convocatoria para proponer paneles. Con libros de más editoriales en español y bilingües de uno y otro lado de la frontera. Con bibliotecarias dispuestas a volar desde distintos puntos del país para descubrir novedades (como lo hacen para la FIL Guadalajara). Con grupos de secundarias y prepas dual immersion o bilingües. Con un diseño atractivo que invite al público a pasear por todos los stands… En fin, con uno o dos puestos de comida y música que animen a las personas a quedarse en la feria más tiempo. Sería un verdadero oasis en el desierto angelino.

Es verdad, como dije arriba, que desde hace unos años y desde varios frentes, se está intentando llenar un vacío. Pero el vacío es inmenso. Y yo sé que no le puedo pedir todo a LéaLA; al contrario, valoro que me siga llenando de imaginación y deseos porque en ellos está la esperanza. Y aquí sigo —quizá como las creadoras de esta revista y como muchas otras personas: imaginando.