Ópera prima

El cuento “Ópera prima” se publicó en la antología #NiLocasNiSolas. Narrativa escrita por mujeres en Estados Unidos (El Beisman Press, 2023) y lo publicamos como una muestra de la diversidad de voces y estilos que cohabitan en las páginas del libro.

 

 

“Ay, mi amor, y yo en Samaná, con mi overol de palmeras verdes, rojas y rosadas, y mis mediapantis azul México, del mismo color que las gafas y la pulsera que me dio Nathalie que dice La Montra, en una plaquita plateada, como mis argollas. Mira, me desmonté de esa Caribe Tours, loca por hacer pipí, porque yo hice antes de salir, pero guagua esa que se para, que en Nagua, que en Sánchez, y este overolcito que es una chulería pero un maldito lío para quitármelo, y yo, encima, con esta jodida maleta llena de libros, que no puedo decir déjame entrar al baño y hacer mi cosa sin tener que cargar con ella; y yo traté en el bañito de la guagua, pero, ay Dios, qué baño que hedía, ay no, así no se puede, además yo tenía, literalmente, que encuerarme, overol de pantalón corto y mangas largas, mediapantis, buena faja (porque yo atrás no me voy a quedar, no señor, el que yo sea escritora, porque tengo libro para comprobarlo, no me quita lo chula, mi amor, ay no) y panti, demasiado joder en un espacio tan apestoso y diminuto.

“Pues bien, salgo de la parada, maleta, bulto y cartera de mano, y ‘ven, mami yo te llevo’, ‘rubia, dime, ven móntate’, ‘eso quiero yo montar a una mujer así’, y yo pra pra pra, sigo como que no es conmigo pero me lo gozo, que si me lo gozo, con lo mucho que jode André dizque porque yo me he dañado, que yo si estoy gorda, que si yo sigo así me va a cambiar por otra más flaca… Lo que habría dado yo porque él hubiera visto aquella escena, aquella euforia, mi amor, y eso, que yo andaba con el pelo recogido. Yo pensé, te juro que pensé quitarme al tubi y el gorrito negro que tenía en la cabeza, porque si encima de todo, yo me soltaba esa melena que tanto trabajo le había dado a la Yoma estericar (con esta maldita humedad), mira, tú, ja, se habrían abierto las aguas; con eso te digo todo.

“Pero no, no podía soltármelas porque lo importante era esa noche, en Miches, cuando yo pusiera a circular mi obra primera, mi obra maestra, mi libro de poesía. Tú sabes que yo no soy de Miches pero tengo una tía allá a la que de niña visitaba, iba con mami, dizque de vacaciones, aunque ella lo que andaba buscando era la forma de coger la yola, pero nada, esa tía se volvió loca cuando le dije que yo había escrito un libro, imagínate, ella que pensaba que yo no iba a servir ni para cuero: ‘Las putas’, solía decir, ‘no sirven para la profesión porque lo dan de gratis’. Yo, mi amor, escritora, ¡poeta!, y con libro en mano. Pues bien, planeamos allá un lanzamiento y aquí iba yo, con mi overolcito, levantando todos los piropos, con mi maleta en mano y loca por mear.

“Nada, que llegué a un restaurante de esos muchos y linditos que hay en Samaná ahí en la avenida del Malecón, esos con techos de zinc y vista al muelle, abiertos a la brisa salobre y a las insaciables moscas. Llego, pido una cerveza, porque a pesar de todo, la miseria y la vejiga, el calor empieza a azotar. Además, André no andaba cerca para poner peros. Le vi cara de buena gente a la mesera, una mulata esbelta de licras negras y paño blanco en la cabeza y, después de amenazarla para que me trajera la fría Light, le pedí que me mirara la maleta y el bulto y que, por favor, me indicara adónde quedaba el baño.

“Finalmente desahogada, le pedí a la chica un servicio de arroz con pollo frito y habichuelas rojas, el cual vino acompañado de una ensalada rusa. De ahí, a pelear con las moscas y a esperar que dieran las 3 p.m., que era cuando salía el último de los botes camino a Sabana de la Mar, donde me esperaría un amigo de mi tía, para seguir en carretera hasta Miches, paraíso en tierra. Yo hubiera querido salir en el bote de las 11 a.m., por lo menos, pero la Caribe Tours de San Francisco de Macorís no sale sino hasta las 9 a.m.… Dos horas, ¡dos pendejas horas! tuve que esperar en el Muelle de la Bahía, en una silla de plástico con un antebrazo roto (cuyo cacho al final terminó enganchándoseme de la mediapantis y haciéndomeles un hoyo en la parte del muslo izquierdo), pegada a una estaca, junto a una señora de jeans y una camisa turquesa muy elegante de rayón o poliéster, de esas que vienen con collar dorado pegado y todo, que cada quince minutos se echaba agua por la cabeza, empapando así sus cortos rizos rojizos. También había una morena de melena postiza y lacia que no dejó de punchar un celular por un solo segundo, y que solo levantaba la cabeza para decir que le tenía miedo al agua. Junto a nosotras, un gago simpático que iba y venía, uno que otro guardia o muy relambío o muy odioso, y un reguero de negros con pantalones a media nalga, sin oficio aparente; por supuesto, como podrás imaginarte, los infaltables vendedores de coco, de helado, frío-frío, panes de batata, de coco y de yautía, sombreros de palma, chichiguas y dale pa’llá. Claro, claro, que no se pueden quedar los turistas, tanto extranjeros como nacionales, que llegaban en grupos, y guías ultradedicados, a montarse en sus respectivos botes: Rey de Reyes, La Panther, El Fast, etc., rumbo a Cayo Levantado, Las Galeras, Playa Rincón o La Playita (y eso, porque no era tiempo de ballenas), con sus panzas superpobladas, sus sunscreens, sus cámaras, sus celulares y sus Ray-Bans, junto a sus mujeres esqueléticas, de pechos y culos de silicón y sombreros de ala ancha.

“Ni siquiera me voy a detener en la hora y media que duró el viaje en bote, que más que bote, un montón de tablas semipodridas que se dejaban batir por la más mansa de las aguas, que no era el caso. A última hora, además, se nos unió un grupo de gringos, sabrá Dios de dónde porque lo que hablaban no era inglés, sonrientes, confiados y pálidos, y ve tú a ver qué más, porque el día que yo tenga dinero no me monto en un armatroste como ese ni prófuga. Nada, ¿el viaje? Un batir de ola y un vomitar que no respetó ni nacionalidad ni estatus. Llegué como un papel sin tinta. Cansada, apestosa, aborrecida, con ganas de mear otra vez, pero con la ilusión intacta. Yo era poeta y tenía mis libros para probarlo, y ni eso, ni la sal ni la mala fe del mar me lo iban a malograr.

“El tiguerazazazo que me mandó mi tía, no dejó de darme muela y de ofrecerme playa, pero yo ahí, firme, que con todo lo que yo he pasado para llegar aquí, libro en mano, no era para andar emburujándome con ignorantes saltapatrá, no, señor, qué va, que ya con André me basta y sobra de eso.

“Eso sí, déjame decirte que cuando llegué a Miches, quedé con la boca abierta, mi tía se había botado promocionado el evento: ¡hasta invitaciones a mano hizo la mujer! La noticia de que yo, su sobrina, la poeta, iba a lanzar su libro se había escuchado desde la iglesia hasta la municipalidad, barras y centros culturales de por medio, mi amor-a.

“Como llegué pasadas las 6 y la presentación estaba pautada para las 8 p.m., el corre corre no se hizo esperar: mi tía mandando gente a buscar sillas, que el mantel de la mesa principal, el jugo de chinola y el vino rojo, que llamaran al hombre que iba a tocar la guitarra para que no se le fuera a olvidar, que sí, que se le iba a mojar la mano, que el espray para el moño, el burro y la plancha para desestrujar el vestido que me iba a poner que, entre libros y enseres, había llegado mascado; que corre que toma que quita… Mientras me maquillaba, mi tía me empezó a leer una semblanza biográfica que había escrito a cuatro manos junto a mi abuela, quien, por teléfono, le había dado los detalles necesarios para armar un escalafón adonde encaramarme. En eso, y a eso de las 7:15 p.m., un aroma a tierra mojada inundó la vivienda y se nos metió en las fosas nasales, llevándome, por lo menos a mí, a algún lugar bañado de nostalgia de mi infancia. Luego, un trueno que movió las simientes de madera y toda la estructura de la casona de tabla de mi tía. En el techo de zinc, la lluvia parecía martillar.

“De una, mi tía soltó el papel con la biografía, se fue a buscar su Biblia y con ella pegada al pecho empezó a orar para que la lluvia se fuera y no nos jodiera los planes, con todo lo que se había afanado para conseguir la sala del ayuntamiento un sábado por la noche. Y la picadera, el dineral que había gastado en esos pastelitos, bollos y quipes que ahora corrían el riesgo de perderse. Entonces se fue la luz.

“¿Qué te digo, mana? Ni siquiera me puse el vestido, ya planchado. Ese cielo parecía que se desangraba, rugía. Como a las dos horas de estar sentada en una silla en la cocina, viendo a mi tía pasillar, maldecir y lamentarse, me metí en la cama, debajo de un mosquitero lleno de parches. Hubo un momento en medio de la noche en el que desperté sofocada, gritando, sentía los mazazos de la tormenta martillando también las persianas de la habitación, martillándome la cabeza. En algún lugar cercano a la cama, además, parece que había una gotera porque, aunque no estaba mojaba, sentía el roce de la humedad demasiado cerca.

“Los libros —excepto por unos cuantos que le dejé a mi tía para que, en agradecimiento, se los regalara uno al pastor, otro a la muchacha del salón que la había dejado tan bonita, y otro al hombre que la había ayudado con las sillas—, nunca salieron de la maleta. Por supuesto que también le dejé uno dedicado a ella, diciéndole que la quería mucho. Al día siguiente, a pesar de que insistió en que me quedara unos días, emprendí el viaje. Esta vez lo hice por carretera y hacia la capital. Quería ver a mi abuela, a quien también le había prometido un ejemplar firmado de mi ópera prima.”

 

 

“Ópera prima” fue publicado originalmente en el libro de cuentos Bestezuelas (Isla Negra, 2022).