Poemas de “El abismo en los dedos”

 

I

Vuelve el sablazo de la madrugada 

se oye el silbido de un pájaro 

que no lo es 

más bien un hombre herido 

vacunado con lo que ha podido pagar.

 

Nunca aprendí a silbar. 

He cambiado caricias 

por paseos 

por un ostensorio 

que ahora brilla en espera 

de ser comprado 

por otro falso religioso. 

 

Se confunden mis pesadillas 

con la música del drogadicto. 

Él busca un respiro 

debajo de las escaleras 

y yo me mantengo 

escondido 

detrás de las persianas 

espiándolo. 

 

No he superado las madrugadas. 

No he logrado tomar café en la mañana 

con otro que lo quiera hacer conmigo. 

No miro a este hombre repulsivo a los ojos 

por temor a parecérmele.

 

 

II

La soga está encima de la cama 

reposa 

esperando que la tomen

que se llenen de valentía 

y la dobleguen a su cuello 

mordido 

por el joven de Arizona 

con olor a miel 

y azufre. 

Ha vestido la habitación

con baratijas 

lucen esplendorosas 

antes los ojos inocentes. 

Se muestra sin tapujos 

no apaga la luz 

¡esto es lo que hay! 

o lo gozas 

o te marchas. 

El joven de Arizona 

prometía 

escudriñaba cada rincón de su cuerpo

usaba la lengua como brújula 

transitaba por la espalda con destreza. 

Conquistador de aridez 

lobo de desierto. 

El idilio duró dos semanas y una noche de embriaguez. 

 

En esta habitación sólo quedan el muerto y la soga

esperando por alguien que salve a la gata.