El Requiem de David Bowie

 

 

Recuerdo el día en que mi papá llegó a casa con el disco de Let’s Dance de David Bowie. Supongo que era sábado o domingo, porque de inmediato lo puso en el estéreo y todos nos pusimos a bailar. Mi mamá, cuyo inglés era bastante deficiente, aplaudía al ritmo de la música y a todo pulmón, cantaba ‘¡Les dans!’. Mientras mi papá le hacía segunda, yo —recién entrada en la pubertad— escuchaba con atención la letra. Cuando escuché las palabras ‘put on your red shoes and dance the blues’ (ponte los zapatos rojos y baila el blues) pensé en Dorothy, del Mago de Oz y en el poder de sus zapatos rojos. Luego mi mente hizo una asociación más adulta; era una invitación a bailar, empaquetada en una plegaria de amor adolescente. Me quedé con la imagen de mis padres bailando y el deseo de comprarme unos zapatos rojos.

Ahora pienso en el legado de David Bowie y en el impacto de su arte. En una entrevista que le hicieron a Iman, su esposa de 22 años, recalca que ella no se enamoró de David Bowie, se enamoró de David Jones y lo describe como un ‘caballero inglés’. Un hombre tranquilo, sensible, casero. Pinta una imagen de esposo y padre de familia difícil de conciliar con el David Bowie que conocimos en los setentas y ochentas. Considero a David Jones en su papel de David Bowie; sus innumerables transformaciones, personajes, y el eclecticismo de su música. Su talento. Su capacidad de adaptarse a los tiempos, y a las nuevas generaciones con un estilo definido por su voz, pero sobre todo, su capacidad de adaptarse a David Bowie.

En “Blackstar”, el single de su último álbum, habla de ‘el día de la ejecución’ y me llama la atención la frase ‘en el centro de todo, tus ojos’. Bowie siente el inminente zarpazo de la muerte, y lo único que se lleva son ‘sus ojos’, recordándonos que el amor es lo que nos llevamos, no el reconocimiento y la fama. La trompeta que enmarca la primera parte de la canción expresa nostalgia, y de ella surgen unas notas que parecen un ‘tic-toc’. La banda de jazz se descompone, se escuchan los lamentos del artista que luego dan pie a una música casi angelical. La pieza cambia de tono y David Bowie cuenta que ha llegado al cielo y es una estrella negra. ‘Alguien más ha tomado mi lugar’. Acepta su mortalidad, su insignificancia universal. Supongo que supone que otro David Jones lo sucederá. Lo dudo. Con “Blackstar”, Bowie musicaliza su muerte y el resultado es  un requiém que dejaría frío a Mozart.

El legado de David Bowie, además de su música, es una exploración del ‘yo’. David Jones tratando de encontrarse. ¿Soy hombre? ¿Soy mujer? ¿Soy cantante? ¿Soy pintor? ¿Soy actor? ¿Soy lector? ¿Soy autor? ¿Soy humano? ¿Soy de otro mundo? David Jones fue todo, y en cada una de sus encarnaciones, tuvo éxito. Para el mundo, fue único e irrepetible. ¿No es lo que todos buscamos? Algo que nos defina, que nos haga diferentes de los demás.

Su música, su arte, su manera de ver la vida, pero sobre todo su muerte, me conforta. Enfrentó la muerte a su manera y en lugar de luchar contra ella, la utilizó para su arte, la manipuló, la exprimió. Lo imagino correteándola. ¡La muerte casi se muere en manos del talento de Bowie!

Escucho Space Oddity y pienso en Major Tom flotando en el espacio, viendo a la Tierra convertirse en un puntito azul antes de que se le acabe el oxígeno. Esta vez no me provoca ansiedad. Espero que la estrella de David Bowie lo ilumine, como nos iluminó a nosotros cuando era de este planeta.

 

 

Carolina Herrera Guerra nació en Monterrey, Nuevo León en 1967. Obtuvo una licenciatura en Ciencias Jurídicas y al poco tiempo fue asimilada al Servicio Exterior Mexicano en el Consulado General de México en Chicago como Representante del IMSS. Al término de su comisión se dedicó a la traducción y desde entonces no ha dejado de teclear. En el 2012 comenzó a escribir un blog la historia en el que cuenta la historia de Eugenia, una mujer atrapada en sus pensamientos. El año pasado decidió dedicarse de tiempo completo a escribir y ha complementado el blog con algunas reflexiones. Este año publicará su primer novela basada en la historia de Eugenia. Carolina ama los libros, el cine y una buena plática acompañada de un café. Vive en Chicago con el hombre más paciente del mundo, tres personas que le dicen ‘Mamá’ y Chester, el único ser que la deja hablar a sus anchas.