#Mujer que piensa (fragmento de novela)

 

La Catrina, Carlos Barberena.

 

 

Tindercienta

 

 

¿Qué hora es? 11:32 a.m. ¿11:32? ¡11:32! Me explota la cabeza. ¿Qué día es? Domingo. Noooo. Hago un esfuerzo por levantarme de la cama e inmediatamente caigo en cuatro. Mi cabeza pesa una tonelada. A gatas llego al baño y abrazo la taza como si fuera el último salvavidas del Titanic. ¿Qué pasó anoche?

Me concentro, respiro hondo, ruego por el dulce alivio de la muerte. Mi malestar se convierte en desesperación. Si Memo estuviera aquí ya me hubiera traído un Alka-Seltzer. Estoy a punto de quedarme dormida sobre la taza, cuando mi cabeza rebota sobre la fría porcelana del inodoro. ¡Puta madre! El emergente chichón en la frente no se hace esperar. Se me salen las lágrimas del dolor.

Me provoco el vómito con éxito y de inmediato siento un alivio triunfal. Termino mi romance con la taza del baño y me levanto con dificultad mientras miro la regadera con pereza. Traigo puesta la ropa de anoche. Al quitarme la blusa me llega un tufo mezcla de antro, Chanel 5 y taco al pastor. Yo no uso Chanel 5. ¿Qué hice anoche? Reviso si traigo calzones. Afirmativo. Eso debe ser bueno. Me desvisto por completo, abro la llave de la regadera y espero al agua caliente con la cabeza recargada en la pared. Procedo a bañarme. Inmóvil, dejo que el chorro caiga sobre mi cuerpo y hago gárgaras con el agua que me cae en la boca…ahrgahrgahrgahrg… grgrgrgrgrgr… ahrgahrgahrg… Comienza a bajar la temperatura. Me pongo champú a las carreras tratando de alcanzar la caliente, hasta que siento un roce helado en la espalda y me doy cuenta de que debo tomar una decisión: salir de la regadera con la cabeza llena de espuma o enjuagarme el cabello bajo un chorro de agua fría.

Acepto el castigo. Seguramente me lo merezco. Me siento como Wendy a punto de caminar por la plancha del barco del capitán Garfio. ¿Dónde estás, Peter Pan? Agarro valor y de un paso caigo bajo el chorro. Sus gélidas agujas punzan despiadadamente cada poro de mi cuerpo, siento el veloz recorrido de un escalofrío que culmina con una contundente revelación: Ya sé que pasó anoche. MO-THER-FU-CKER.

Me urge una taza de café. Bajo a la cocina con el cabello mojado, jeans y una playera que dice “The Overlook Hotel-Colorado”. Mi madre está jugando Candy Crush en el antecomedor. Al verme, se levanta y me sirve un café. Sin decir nada, me trae una bolsita con hielos y me la pone en la frente.

—¿Qué haces aquí, ma?

—¿Cuándo fuiste a Colorado m’ijita?

—¿De qué hablas?

—Tu playera.

—¡Ah! Es de El resplandor.

—¿Cuál resplandor?

—¡La película de Jack Nicholson, mamá!

—No me gustan las películas de terror.

Me pregunta qué pasó anoche. Si le cuento todo me va a partir en dos con una sierra eléctrica.

 

48 horas antes

Mis amigas me invitaron a comer. Es hora de salir y retomar el asunto de vivir. Me arreglo con entusiasmo y caigo en la cuenta de que llevo meses enclaustrada. Disfruto el bullicio de la gente en el restaurante. Mientras el mesero nos toma la orden, noto que la mayoría de las mesas están ocupadas por hombres. Testosterona a diestra y siniestra. Uno se me queda viendo y —cual India María— le volteo la cara. Laura, la única divorciada del grupo, nota mi nerviosismo.

—Le gustas a ese tipo. ¿Quieres que vaya y le diga que venga a presentarse?

No puedo creer lo que me está diciendo.

—¡¿Te has vuelto loca?!

—Pero, ¿qué crees tú? ¿Que va a mandar a un paje con un zapatilla de cristal a ver si te queda?

—Es que…es que no era así hace 25 años.

—Hace 25 años no había internet ni celulares ni Botox, darling. Esto es un juego y tienes que aprender a jugarlo.

—Yo así no juego.

La vida ha vuelto a la normalidad para todos menos para mí. Los chicos van a la escuela, Cande limpia y el perro se mea por todos lados, pero yo todavía no le hallo el modo a la soledad. Aprendí a cambiar un fusible, destapé un lavabo y pegué un plato con Kola Loka. En el proceso me electrocuté, me quemé el brazo con agua caliente y anduve con los dedos pegados una tarde completa. Reconozco que extraño la compañía de mi ex marido.

Tengo que buscar a alguien con quien compartir. A quien querer. Que me quiera. No tengo idea de qué hacer. Googlear “Como buscar/conseguir/encontrar pareja después de los 40”. Tinder. Una aplicación para conocer gente. Quizás valga la pena intentar. Lo primero es tomarme una foto espectacular. Necesito a un profesional. Mi hija, el Yoda de la selfie.

—¡Marianaaaaaaaaa!

Le explico a Mariana que necesito una buena foto para actualizar mi perfil de FB y accede a ayudarme.

—Mamá, no te vayas a echar todo el mostrador de MAC en la cara. Quieres parecer una persona normal, no Lady Gaga.

El perfil de Tinder exige que uno explique sus intenciones. Comienzo a teclear.

Busco hombre de entre 50 y 60…no. Hay que ser optimistas. Busco hombre de 40 a 55 años para entablar amistad y posible relación. Mejor borro lo de “posible relación”; los hombres le tienen más miedo a la palabra “relación” que a un poltergeist. Soy…divertida, simpática, aventurera… No, nada de eso. Mejor… flexible. Sí, ser flexible, eso gusta. Me gusta…¿qué me gusta hacer? Leer, escribir, ir al teatro, viajar, hacer spinning, bailar…No. Lo específico reduce la muestra. Mejor voy a poner…“vivir”… No. Van a pensar que traté de suicidarme… no. ¡Ya sé! Conocer gente y tener nuevas experiencias. Eso. Vago, pero honesto. Ya está. Ahora voy a ver la mercancía.

Tatuado. No. Físicoculturista jodido. No. ¿Foto de su boda? Idiota. ¡No! Metrosexual. No. Peluquín. No. ¿En pants? Ni siquiera son Adidas. No. Corbata de moño. No. Rifle en mano. No. Speedo. Sí… pero no. Chancla tipo pata de gallo. No. Camisa mal planchada. No. Camiseta del America. No. Patillas tipo Elvis. No. Barba de leñador. No. Sacerdote. Oh My God, NO! ¡El esposo de mi vecina! Hijo de puta. No. Boina Kangol con la Torre Eiffel de fondo, o mejor dicho, calvo pudiente con complejo de Quentin Tarantino. Maybe. ¡Alto ahí! Éste me gusta. Alejandro. Bien vestido, guapetón. Le doy clic al corazoncito.

A las pocas horas, estoy en el centro comercial Santa Fe y me llega una notificación de Tinder. Es de Alejandro. Aceptó el match. Me llega un mensaje instantáneamente.

[Estás en S Fe? Yo tmb. Me gstas.]

¿Me gastas, me gustas? Ignoro su insuficiencia gramatical y considero el uso adecuado del acento. No pierdo nada con tomarme un café.

[Si quieres nos vemos en Starbucks en 10 minutos. ]

[OK. En 10. ]

Aprieto el paso y llego en cinco minutos. Me siento en una mesa del interior mirando hacia la puerta. Llega puntual. Lo observo en lo que escanea el área buscándome. Es de mediana estatura, delgado, bien parecido. Se ve decente. Me encuentra, sonríe y se presenta.

—Soy Alejandro, qué suerte poder conectarnos tan rápido, ¿no crees?

—La verdad, no me lo esperaba. Eugenia.

—Tu foto de perfil te hace justicia.

—Gracias. A ti también.

—Entonces, ¿a dónde vamos? ¿A tu casa o a la mía?

—¿Cómo?

—Bueno, a menos que quieras ir a un hotel.

—¿Qué? Pensé que querías conocerme.

—Ya te conocí. Me gustas.

—Yo solo me quiero tomar un café.

Alejandro suelta una risita.

—¿A poco es la primera vez que te tomas un café?

—¡Claro que no!

—Tu perfil dice que te gustan las nuevas experiencias.

—No, sí, pero…

—Te metiste al sitio equivocado. Tinder no es un lugar para buscar pareja. Es para, tú sabes… pasar el rato.

Quiero salir pegando gritos como si estuviera persiguiéndome Jack Torrence[1] hacha en mano, pero me levanto con calma, le sonrío y salgo del lugar. ¿Qué esperaba este imbécil? ¿Que me encuerara así nomás? Perdí 28 pesos. Decepción.

Borro mi perfil y la aplicación de mi teléfono, y le llamo a Laura para desahogarme. Me regaña por no haberla consultado sobre Tinder.

—No, darling, eso es una red de prostitución ‘freelance’ para jodidos.

Me convence de ir a cenar al día siguiente a un lugar ‘increíble’ en la Roma.

 

 

24 horas antes 

Quiero verme atractiva, pero no urgida. Accesible, pero no desesperada. Escojo unos leggings de piel negros, túnica fucsia, chaleco de pelo negro y botines de tacón. Mariana y Memito se están preparando para pasar el fin de semana con su papá. Antes de irse, mi hija emite un dictamen:

—Pareces la hija que Han Solo hubiera tenido con Frida Kahlo…pero sexy.

Admiro su técnica para disfrazar una mentada de madre con un piropo.

En el restaurante nos esperan dos amigas gringas de Laura que no conozco, Beth y Amanda. Es un restaurante-bar muy oscuro con un pequeño escenario y una pista de baile. La música me anima y pido una margarita. Inmediatamente siento el efecto del tequila. Mi cuerpo se relaja y se activa a [MODO FIESTA]. Me invade una sensación de euforia y misterio que no sentía desde que empecé a andar con mi ex. Trato de no tener expectativas, salvo las de pasarla bien. Me tomo otra margarita. Otra más.

Estamos las cuatro bailando en la pista. Otra más…

Estoy bailando con mi abuelito. No es mi abuelito, pero tiene el pelo blanco. Baila muy bien. Me roza las nalgas entre paso y paso. Pos’ ya qué. Mejor me relajo.

Estoy bailando con Justin Bieber. ¿De dónde salió esta criatura? Ya no voy a tomar más por hoy.

Otra vez estamos las cuatro bailando en la pista.

El abuelito de nuevo. Me toma la mano y con la otra le da vueltas a Amanda. ¡Qué divertido! La pista está dando vueltas.

Ahora bailo con Amanda. Están tocando Suavemente de Elvis Crespo. Me encanta esa canción. Bé-sa-me…que quiero sentir tus labios…besándome otra vez…Suavemente…

Me está besando…me soba la nalga…no besa mal este viejito…abro los ojos y…¿¡Amanda?!

Me separo de Amanda y le sonrío apenada.

—¿Te gusto, sweetie?

Amanda, that was nice, but that’s not how I roll.

—I thought… We were having so much fun.

—It’s ok. Don’t worry.

Todo me da vueltas. Son las tres de la mañana. Le pido a Laura que me lleve a la casa. Está lívida. De lo demás no me acuerdo; creo que nos paramos a comer tacos.

Mi madre debió ser espía de la KGB porque con sólo mirarte te saca la sopa.

—¿Te gustó?

Labios, bocas, lenguas, de hombre, de mujer…, hasta ahí la sensación física es la misma. Adolecí. Enloquecí. Me sacudí la agonía de los últimos meses. No fueron cuatro meses de encierro, fueron 20 años en los que poco a poco me olvidé de quién era para adaptarme a las necesidades de mi familia. Veinte años buenos, sí, pero de restricción personal, de limitaciones impuestas por terceros. Ayer volví a ser la de antes: divertida, simpática, aventurera. Amo a mis hijos, pero muy pronto me quedaré sola y no quiero estar sola con mi ‘yo’ de ayer. La de hace 20 años, la de hoy, ésa es la verdadera Eugenia, la que me da seguridad, la que me cae bien. Ahora sí, soy libre otra vez. Le aseguro a mi madre que mi sexualidad no está comprometida. Me fascinan los hombres.

Mi madre me observa con el pragmatismo de Jeffrey Dahmer, el prolífico y metódico asesino en serie que se comía a sus víctimas.

—La próxima vez que quieras liberarte, pide un taxi. Ya estoy muy vieja para andar recogiendo borrachos.

Nota mental: En adelante, sólo tomar agua de horchata.

 

[1] Nombre del personaje interpretado por Jack Nicholson en El resplandor.

 

Carolina A. Herrera nació en Monterrey, Nuevo León y se crió en la CDMX. Este año publicará su primer novela, #Mujer que piensa.