2666 en el Goodman: vulgar, misógina y antimexicana


De izquierda a derecha: Juan F. Villa, Demetrios Troy, Eric Lynch and Yadira Correa en 2666. Foto: CreditLiz Lauren

 

Roberto Bolaño es, de los narradores conocidos de habla hispana de fines del siglo XX, el único que puso su actividad literaria por encima de todo. Por eso no hay duda de que Los detectives salvajes es la última gran novela escrita en español en el siglo pasado.

El exceso del cigarrillo y del alcohol llevaron a Bolaño a ver la cercanía de la muerte; sabía que no había sido un padre ejemplar, y quiso compensar esa carencia asegurándoles a sus hijos un futuro, valiéndose de la escritura. He ahí la gran falla en los cimientos de 2666: puso a sus hijos por encima de la literatura, cuando todo gran artista pone su arte por encima de todo, hasta de su propia vida. Eso lo tenía claro Bolaño, e incluso en este trabajo fallido encontramos ecos de esta convicción en el pintor que se cercena una mano para volverla parte de uno de sus cuadros. Estoy seguro que si Bolaño hubiese estado vivo cuando su familia y la editorial Anagrama decidieron su publicación, no la hubiese permitido.

Otra de las grandes fallas de la novela es la ignorancia que tenía Bolaño sobre la vida en las ciudades fronterizas mexicanas así como de las culturas estadounidenses, en particular la afroamericana; por eso el personaje Quincy Williams, armado más que todo a partir de estereotipos, no convence. La escena más inverosímil sucede el día de la muerte de la madre de Quincy; él tiene que hacer un viaje de varias horas para llegar a la casa de su madre, en ésta se encuentra a una jovencita de 15 años acompañando al cadáver ya vestido y arreglado por una vecina. Cualquier estadounidense sabe que un hecho así es imposible que se dé en Estados Unidos.

No está demás señalar que para nada se siente la atmósfera de un barrio afroamericano. El lector no nota que Quincy es de raza negra hasta que el narrador lo dice. Por eso es inexplicable el Premio del Círculo de Críticos Nacional del Libro de Estados Unidos otorgado en 2008 a 2666.

Este premio ha causado tanto revuelo que llevó al Teatro Goodman a ponerla en escena. A veces de una mala novela, pensé, se ha hecho una excelente película; tal vez lo mismo suceda en el teatro.

La obra, en su primera parte, se maneja en un humor frívolo; aspecto que no me sorprendió porque yo mismo al leer este apartado de la novela sentí que leía una obra traducida al español; muchos pueden hacer una salvedad porque los cuatro personajes son críticos literarios de diferentes nacionalidades e idiomas; yo no la hago porque he leído cuentos de Jorge Luis Borges donde el protagonista es estadounidense, alemán o irlandés y jamás sentí que estuviese leyendo una traducción, sentía y siento que leo a Borges. Un excelente ejemplo: El atroz redentor Lazarus Morell.

En la segunda parte de la obra de teatro, pareciera en primer lugar un homenaje a Gregory Nava (Mi Familia, Selena) por esa cursilería que la obra emana cuando aparece Amalfitano con su hija o con su esposa; y en segundo lugar a Robert Rodríguez (El mariachi, Desperado) en las escenas que suceden en los antros de Santa Teresa. Es en estos antros donde la obra cae en lo vulgar, en lo sexista, en lo sensacionalista y en lo antimexicano. Hay un personaje que discursa sobre cómo se ha ido mejorando la raza mexicana mezclándose con la blanca, y antes ya se había hecho referencia a lo alto que era el presidente Fox; esta referencia es una grave inconsistencia cronológica porque su periodo presidencial inicia con el actual milenio, y el último suceso de la novela se da en 1999.

En la parte de los crímenes, de los feminicidios, se agregan dos características más: la obscenidad y la misoginia; esto gracias a una infinidad de chistes de mal gusto, Además hay que agregar un enlistado descriptivo muy tedioso de un centenar de asesinadas. Este tedio también se siente en la novela; hay que tenerle mucha fe a Bolaño para seguir leyéndola.

Hasta aquí uno llega a la conclusión de que todos los hombres mexicanos son violadores, que sólo están buscando la oportunidad para involucrarse en el crimen. Inevitablemente sospeché que cada estadounidense trae un Donald Trump adentro, y sentí algo de temor cuando presencié la ovación de pie del público.

La última parte de la obra como del libro giran en torno a la vida del personaje central de esta obra: el escritor misterioso alemán Benno von Archimboldi. Este apartado es el mejorcito tanto en la novela como en la obra de teatro, pero no rebasan la mediocridad: no llegan a ser arte.

Esta actitud contra lo mexicano está muy arraigada en el inconsciente colectivo estadounidense, y se manifiesta lo mismo en conservadores y liberales de manera sorpresiva en la vida diaria. La obra de teatro 2666 en el Goodman es una prueba fehaciente de esta afirmación.

 

Febronio Zatarain. Ganador del Premio Latinoamericano de Poesía transgresora 2015. Su libro más reciente es Veinte canciones en desamor y un poema sosegado. Coordina el taller literario de la revista Contratiempo en Chicago.